miércoles, 13 de mayo de 2020

El Soldado: Capítulo 14

Paula observaba, encantada, a los ángeles vestidos de vaqueros que estaban reuniendo a los ponis. ¿Cómo podía Pedro no creer en milagros? En menos de una hora, el desastre había sido reparado. Pedro Alfonso podía no saber nada sobre ponis, pero era un líder natural, acostumbrado a dar órdenes y a que estas fueran obedecidas.

–¿Qué tal si te sientas y descansas un rato? –había sugerido él, mirando sus zapatos.

Debería molestarle que se hiciera cargo de todo pero, francamente, estaba harta de los ponis. Y aunque seguramente sería un crimen en el manual de la mujer moderna, tuvo que admitir que era un alivio que alguien le echase una mano. Pero no en voz alta.

Pedro preparó una especie de centro de mando desde el que dirigía la operación y Paula descubrió que era agradable observarlo. Pedro Alfonso era una fuerza de la naturaleza, pura energía masculina. Trazaba un plan, delegaba rápidamente y no parecía tener miedo a nada, ni siquiera a los ponis que se lanzaban directamente hacia él, tirándolo al suelo cuando intentaba amarrarlos con una soga. Desde un punto de vista femenino, verlo en acción era suficiente para que se te cayese la baba. Era ágil, enérgico y fuerte. Parecía como si todos sus músculos se movieran al mismo tiempo... De vez en cuando gritaba alguna orden o reía, una risa masculina y fuerte. Cuando un poni intentaba alejarse galopando, Pedro se abalanzó sobre él. El animal tomó velocidad y él cayó al suelo, pero se levantó de un salto, como si no hubiera pasado nada. Se le ocurrió entonces que era un hombre acostumbrado a proteger a los demás y, de repente, sintió que se le encogía el corazón. En una hora, todos los ponis estaban en el tráiler, la caca había desaparecido y el cartel de cumpleaños se secaba al sol. Sabrina fue instalada en el asiento trasero de la cabina y Tomás, aparentemente tranquilo al fin, iba sentado entre dos de los vaqueros.

–Leandro y Adrián los llevarán donde quieran –dijo Diego–. Yo los seguiré en la camioneta.

Había algo en su forma de dirigirse a Pedro, un respeto que la hizo pensar... De hecho, la hizo sospechar y Paula sintió que la nube rosa en la que parecía estar flotando desaparecía.

–¿Necesita algo más, señor Alfonso?

¿Señor Alfonso? Paula intentó recordar si había habido un intercambio de nombres... pero ella no recordaba haberle dicho su nombre a nadie. Estaba en alerta roja, observando a Pedro detenidamente. Tal vez no lo conocía tan bien y tal vez habían pasado muchos años desde la última vez que se vieron, pero estaba segura de que no era la clase de hombre que se presentaría como «señor Alfonso». Era algo que Pablo sí hubiera hecho para quedar por encima de unos sencillos peones, pero Pedro nunca lo haría. Era imposible saberlo con certeza ya que no habían tenido trato en mucho tiempo, pero daba igual. Su corazón sabía que era así. Pero en lugar de ablandarse, recordó que allí estaba ocurriendo algo raro. Pedro debió de notar que lo miraba con extrañeza y se alejó un poco con el peón... para que no oyera lo que decían, sin la menor duda.

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