miércoles, 6 de mayo de 2020

En Un Instante: Capítulo 73

Sin embargo, se merecía ese dolor y mucho más. Algo de sinceridad por su parte habría evitado todo eso. Si le hubiese contado desde el principio por qué había ido a River Bow, no se habría metido en esa situación. No se habría enamorado de él y no estaría consumida por el dolor de haberlo perdido antes de haber conocido el placer de estar enamorada de un hombre bueno. Entró una pareja con una niña de la edad de Abril que estaba muy graciosa con unos pantalones marrones y un chaquetón rosa. Los observó un momento, hasta que el dolor fue excesivo. Había querido a la niña tanto como a su padre. Tenía el corazón desgarrado porque se había marchado sin despedirse bien de ella. Firmó la cuenta con una propina generosa y se marchó de la cafetería para volver a su habitación.  No tenía sentido quedarse más tiempo. Daría un paseo en coche, quizá hiciera una parada en el refugio que había en la cima de la montaña, y luego se iría al aeropuerto.

Tardó cinco minutos en guardar las pocas cosas que había usado, tomó el ascensor para bajar al vestíbulo y le dio la llave a la amable recepcionista. Entonces, se dio la vuelta, vio a un hombre muy alto con sombrero de vaquero que entraba en el hotel y el corazón se le desbocó. Tenía que serenarse. Los vaqueros altos no eran una especie en peligro de extinción en Jackson Hole. Agarró la maleta, se dirigió hacia la puerta cuando ese vaquero se daba la vuelta en su dirección y se quedó helada. Se le paró el pulso, se le disparó y los nervios le atenazaron las entrañas. ¿Cómo la había encontrado? No le había dicho a dónde iba a ir. Pero, lo que era más importante, ¿Por qué estaba allí? ¿Había ido para discutir más con ella y para decirle lo mal que había hecho al ocultarle la verdad tanto tiempo? «De tal padre, tal hija». Llevaba esas palabras grabadas a fuego en el cerebro. Tomó aliento. No podía encontrarse con él en ese vestíbulo lleno de gente cuando se había pasado toda la noche llorando y tendría un aspecto aterrador.  Él no la había visto todavía y estaba dirigiéndose al mostrador que ella acababa de abandonar. Seguramente, preguntaría el número de su habitación, salvo que todo eso fuese una casualidad espantosa, algo que, sinceramente, no creía. Pensó las alternativas que tenía y ninguna le pareció muy atractiva. La mejor era escabullirse sin que él la viera. Justo entonces, una familia muy numerosa con esquíes y botas de nieve cruzó el vestíbulo. Ella se puso al lado e intentó mezclarse con ellos. Casi dió resultado, pero ellos se dirigieron hacia la puerta principal y ella tenía que ir al estacionamiento. Se apartó para cambiar de dirección y justo entonces oyó una voz profunda y maravillosamente conocida.

 —¡Paula!

Hizo un esfuerzo para darse la vuelta lentamente mientras maldecía a su padre y a su hermano por tener que soportar esos momentos de dolor. Incluso, odió un poco a Pedro por ser tan maravilloso que no había podido evitar enamorarse de él.

—Pedro —dijo ella fingiendo sorpresa—. ¿Qué haces aquí?

—Te olvidaste la bufanda.

Él le enseñó la bufanda que Abril había tejido y le había regalado. La noche anterior, cuando se dió cuenta de que no la tenía, lloró más desconsoladamente todavía. Se le encogió el corazón al verla en esa mano grande y curtida.

—Gracias —le tomó con cuidado para no rozarle la mano y se la metió en el bolsillo—. No sabía qué había pasado con ella.

—La encontré esta mañana en el camino. Debió de caérsete cuando ibas hacia el coche.

 —Ah… Eres muy amable por habérmela traído.

 Le pareció maravilloso con esos rasgos que parecían esculpidos, esa boca firme que no sonreía y esos ojos verdes que la miraban con una expresión que ella no podía descifrar. ¿Por qué había ido hasta allí?

—¿Cómo me has encontrado?

Lo preguntó aunque la respuesta le daba igual. Tenía el corazón desbocado y los sentimientos la asfixiaban. Lo amaba tanto que no podía respirar.

—Encargué a Abril que se ocupara y, la verdad, no le resultó muy complicado. Encontró un papel en tu cuarto con el número del hotel. Luego, hizo una búsqueda inversa en el ordenador y cuando dio con este hotel, yo… decidí intentarlo.

¿Para devolverle la bufanda? Ella no acababa de creérselo.

—Gracias. Significa mucho para mí. La habría echado de menos en San Diego.

—¿Y a nosotros? ¿Nos habrías echado de menos a Abril y a mí?

Lo miró a los ojos y se sintió como si hubiera entrado en una pista de esquí negra que no podía dominar.

—Por favor, no me hagas esto, Pedro —susurró ella.

—¿El qué?

—Empeorarlo todo. Te pido disculpas otra vez por no haberte dicho lo de mi padre y Gonzalo. Te merecías saberlo y me equivoqué al ocultártelo, independientemente de los motivos.

—Sí. Deberías habérmelo dicho.

Ella intentó no darle vueltas a todo otra vez. Asombrosamente, podía dominar sus emociones.

 —Muy bien. Ya tenemos eso claro y debería marcharme. Tengo que tomar un avión.

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