miércoles, 6 de mayo de 2020

En Un Instante: Capítulo 74

—Faltan cinco horas —replicó él—. Abril también lo buscó y encontró que el único vuelo de Jackson a San Diego sale esta tarde.

 —Es una detective muy lista, ¿No?

—Cuando tiene que serlo. Ella no quiere perderte, tampoco.

Esa palabra le atrapó el corazón como un cazamariposas. Volvió a mirarlo y deseó con todas sus fuerzas poder interpretar el brillo de sus ojos verdes.

—¿Tam… poco?

Él esbozó una de esas sonrisas indolentes que le aceleraban el pulso.

—Quería venir conmigo y no le hizo ninguna gracia que la dejara con Gabi. Tuve que decirle que había ciertas cosas que un hombre tenía que hacer sin la ayuda de su hija de once años.

—¿Como qué?

—Como disculparse ante la mujer que ama.

Ella volvió a quedarse con una palabra. «Ama» no «amaba» ni «amó». Aislada del bullicioso vestíbulo y de los demás huéspedes que la rodeaban, lo miró fijamente y pudo interpretar su expresión; avidez y cariño. Se permitió deleitarse un instante, hasta que hizo lo posible para recuperar el juicio. Eso no podía estar pasando. Ella no se merecía que la mirara así.

—Pedro…

—Anoche quité el árbol de Navidad.

 —¿Por… qué?

—Ya no podía mirar los adornos, las luces y las guirnaldas. Me dolía demasiado ver ese símbolo enorme de júbilo cuando yo me sentía cualquier cosa menos jubiloso.

 —Ah…

—Esta mañana, Abril se alteró mucho al verlo así y llamó a Gabi, quien habló con David y este llamó a Iván. Mis hermanos me acorralaron esta mañana. Me dijeron que era un majadero como la copa de un pino por haber permitido que te marcharas.

—¿Les contaste lo de mi padre, mi hermano y los cuadros? — preguntó ella con el ceño fruncido.

—Sí. Para que conste, les conté todo antes de que me dijeran muy claramente que tenía que salir corriendo para recuperarte.

 —¿Dijeron eso aunque sabían todo?

Él asintió con la cabeza y le tomó la mano. El corazón iba a salírsele del pecho. No podía pensar nada por la mezcla de tristeza y alegría que le daba verlo otra vez.

 —Quiero a mis hermanos —se limitó a decir él—. Algunas veces me sacan de quicio, para eso están las familias, ¿No?, pero, en general, son hombres sensatos que tienen una visión más inteligente sobre este asunto que la que yo tenía.

 —Pero te mentí. No te reprocho que estuviese furioso conmigo.

 —Anoche lo estaba. Esta mañana me lo han aclarado un poco. David me recordó que eras casi una niña cuando todo eso pasó y que conocías muy poco a tu padre y a tu hermano. Es absolutamente injusto culparte de lo que les pasó a mis padres. Yo no querría que nadie culpara a Abril de las malas decisiones que yo haya tomado en mi vida.

 —No puede decirse que el asesinato de tus padres fuese una mala decisión y nada más.

—Es verdad, pero tampoco fue culpa tuya.

Ese ranchero grande y rudo se llevó la mano de ella a los labios. Fue un gesto tan delicado que la trastornó completamente.

—Te amo, Paula. No estaba buscándolo y, evidentemente, no esperaba que se presentara en mi puerta una mañana de diciembre, pero así ocurrió. Te amo. Amo tu paciencia con mi hija, amo la serenidad que encuentro sentado a tu lado en una noche gélida de invierno, amo esa sonrisa que tienes y que hace que todo parezca más sencillo. Ya sé que nos conocemos desde hace poco y que tenemos que descubrir muchas cosas el uno del otro, pero quería que supieras lo que siento antes de que te marcharas. Me pareció que lo acertado era que no tuviésemos más secretos.

¿Cómo podía creerlo? ¿Se atrevía a intentarlo? Sí. Lo amaba. Esos días habían sido mágicos y, egoístamente, quería más. La alegría se adueñó de ella con una brillantez que no podía contener. Le sonrió que con todo el cariño que le rebosaba por dentro.

 —En ese caso, creo que debería decirte algo más.

 —¿Qué…?

—Te amo, Pedro. Amo cómo eres con Abril, amo ver cómo te ocupas de tu rancho, amo cómo te ocupas de tus vecinos. Eres el hombre más trabajador que he conocido, pero amo ver que también te diviertes con tu familia. Te amo. Nunca había sentido esto por nadie.

 Él sonrió y sus ojos dejaron escapar un destello verde.

—Es el mejor regalo de Navidad que me han hecho en mi vida, aunque haya llegado un día tarde.

 Se inclinó y la besó con una delicadeza y un cariño que hicieron que le brotaran las lágrimas otra vez. No entendía cómo podía pasar de la desesperanza a la felicidad en cuestión de segundos, pero le dió igual. Lo único que le importaba en su vida eran ese hombre y ese momento, y la milagrosa felicidad que había encontrado en el sitio más inesperado.

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