lunes, 4 de mayo de 2020

En Un Instante: Capítulo 69

Ella no había conocido ni a su padre ni su forma de vida. Había detestado visitarlo. Le dolía el estómago durante días cada vez que tenía que ir a visitarlo, pero su madre nunca habría incumplido una sentencia judicial.

—Mi padre amaba dos cosas, a su hijo y la venganza.

—La venganza —repitió él con un énfasis sombrío que hizo que ella se estremeciera.

 —Sí. Vivió y murió para eso. Si alguien se cruzaba en su camino, lo pagaba. Estoy segura de que el hombre que mató a Gonzalo no llegó muy lejos antes de que mi padre lo encontrara y recuperara las obras de arte que consideraba suyas. En cuanto a por qué las conservó tanto tiempo, eso no lo sé. Es posible que fuese una especie de mausoleo para mi hermano o un recordatorio para mi padre de todo lo que había perdido. También es posible que estuviese esperando a que subieran los precios. Dudo que lleguemos a saberlo.

 —Nada de todo eso explica que no me lo contaras en cuanto abrí la puerta el primer día. Me mentiste desde el principio.

 —Sí —reconoció ella.

—De tal padre, tal hija.

Ella notó que se quedaba pálida por su crueldad. Aunque se había merecido todo su desdén, eso no quería decir que le doliera menos.

—He intentado escapar de eso toda mi vida, pero es posible que tengas razón. Ahora entenderás por qué intenté disuadirte de que me abrieras la puerta de tu casa. Sabía que no querrías que me quedara si supieras que mi familia podía estar implicada en el asesinato de tus padres.

 —Tienes razón.

Paula hizo un esfuerzo para respirar a pesar del dolor. Los ojos se le empañaron y las luces del árbol de Navidad del cuarto de estar, que se veía al otro lado de la puerta de la cocina, se convirtieron en una mancha borrosa. Esa Navidad maravillosa, la mejor de su vida, como había dicho Abril, ya solo era papel roto y arrugado. Las fiestas de la esperanza y el perdón eran maravillosas en abstracto. En la realidad, podían ser tan etéreas y vacías como ese papel.

 —Ahora entenderás por qué iba a marcharme. Sabía que me od… odiarías cuando lo supieras —a pesar de los esfuerzos, la voz le tembló y tuvo que contener otro sollozo—. Siento no habértelo dicho. Todo se enredó cuando me rompí el brazo y cuando pude ordenarlo todo, ya los quería demasiado a Abril y a tí. Siento muchísimo haberte hecho daño, Pedro. Yo… Gracias por todo. Por favor, dile a Abril y a toda tu familia que lo siento. Mi abogado se pondrá en contacto.

—¿Para qué?

 Ella agarró la maleta con tanta fuerza que creyó que la mano y el asa iban a fundirse.

—Para devolverles el resto de los cuadros, claro. ¿Para qué si no? — ella creía que no podía sentir más dolor, pero el asombro que vió en los ojos de él le demostró que estaba equivocada—. Sinceramente, Pedro, ¿Tienes un concepto tan malo de mí que creías que iba a quedarme unos cuadros robados?

 Él no contestó y fue como otro dardo en el corazón.

—Supongo que no puedo reprochártelo —consiguió decir ella con la poca fuerza que le quedaba—. Como has dicho, soy hija de mi padre. Espero que algún día llegues a considerarme una persona y no la hija de Miguel Kozlov.

 Se dió la vuelta para dirigirse al coche de alquiler. Ya había llegado casi cuando él agarró la maleta y Paula, por un momento disparatado, creyó que iba a volver a la casa con ella. Le había dicho que la amaba y que lo solucionarían fuera lo que fuese. Sin embargo, llegó hasta el coche, abrió el maletero y metió la maleta. Le abrió la puerta del conductor. Aunque estaba furioso con ella, ese hombre rudo, implacable y absolutamente maravilloso le sujetó la puerta e, incluso, la ayudó a montarse. Luego, se apartó y se quedó sin chaquetón en la gélida noche mientras miraba cómo maniobraba para enfilar el camino. No dejó que le cayeran las lágrimas hasta que estuvo segura de que no podía verla.




—¿Te importaría contarnos qué está pasando?

Pedro levantó la mirada de lo que estaba haciendo y vio a sus fastidiosos hermanos con el ceño fruncido.

—Estoy limpiando los establos —gruñó él—. ¿Por qué no agarran unas palas y me ayudan en vez mirarme como unos pasmarotes?

Iván miró a David con una ceja arqueada antes de mirarlo a él otra vez.

 —A mí me parece que estás haciéndolo muy bien y, a juzgar por ese comentario, es justo lo que te conviene hacer en este momento.

 Después de una noche en vela, se había levantado temprano y había buscado un trabajo físico para contener el dolor.

—¿No tienen nada mejor que hacer que venir aquí para hacer comentarios estúpidos?

—La verdad es que no —contestó David.

—Eso lo dirás tú —replicó Iván—. Los chicos se quedaron anoche en casa de su abuela Pendelton y yo podría estar durmiendo con mi encantadora esposa… o no durmiendo.

—Entonces, ¿Qué hacen aquí? —insistió él.

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