miércoles, 13 de mayo de 2020

El Soldado: Capítulo 11

De modo que se contentó con mirar a Paula por encima del hombro, como dándole a entender que no estaba impresionado con lo que había visto por el momento. Y fue recompensado por una mirada que no tenía nada de dulce.

–Puedo solucionarlo yo sola –insistió.

–Esa mujer es un problema y sus ponis están devorando la hierba del mejor parque de Mason. Creo que deberías empezar a reconocer que esto te supera.

Ella abrió la boca, pero no dijo nada, tal vez porque sabía que tenía razón. Pero había algo... algo que lo hizo pensar. Por alguna razón, Paula quería que Sabrina estuviera allí. ¿Qué podía ofrecerle aquella mujer que no pudiese ofrecerle él? Demonios, había herido sus sentimientos. Eso sí era una sorpresa. Una debilidad que no le gustaba reconocer.

–Despierta, Sabrina, reúne a tus ponis y márchate...

El ataque llegó por un costado. Al principio, desconcertado, Pedro pensó que Paula se había lanzado sobre él. Trastabilló y se recuperó enseguida, avergonzado de no haber intuido el ataque. Y lo peor era que su atacante era diminuto. El niño lanzó una patada y, atónito, Pedro lo sujetó por los hombros. Un niño. Él no trataba con muchos niños, de modo que no sabía qué edad podía tener. ¿Siete? ¿Ocho años? Tal vez nueve. A pesar de su tamaño, tenía la confianza de un vaquero profesional e iba vestido como tal: vaqueros con agujeros en las rodillas, una camisa lavada tantas veces que se había vuelto blanca, un sucio sombrero de paja en la cabeza. Estaba claro que aquel niño no había sido invitado a la fiesta de cumpleaños que acababa de terminar.

–¡No toques a mi madre! –le espetó, sin dejarse intimidar por el hecho de que su oponente midiese un metro más que él.

Era la clase de niño desafiante, mal nutrido, guerrero, con el que uno se encariñaría. Si uno no hubiese matado esa parte de sí mismo tiempo atrás. Pedro había visto muchos niños así: ojos de color chocolate, sonrisas blancas, alegres... y había aprendido que no podía importarle. El mundo estaba lleno de tragedias y podía abrumarte si lo dejabas. Soltó al niño y dió un paso atrás.

–Solo intentaba despertarla para que reuniese a los animales.

–Yo reuniré a los ponis –replicó el crío.

–No pasa nada, Tomás –intervino Paula, poniendo una mano sobre su hombro–. Nadie va a hacerle daño a tu madre.

Se estaba poniendo de su lado, pero el niño lanzó sobre ella una mirada de desagrado que la hizo contener el aliento. Pedro lo miró con más atención. Y luego miró el rostro de Paula. Evidentemente, era una persona que nunca había aprendido a distanciarse. Su ternura hacia el niño estaba clara. Y también su esperanza. No podía esconder nada. Él había sobrevivido gracias al instinto y a su habilidad para distanciarse de las emociones. Había sobrevivido gracias a su capacidad de observación. Miró del niño a ella y vió de inmediato cuál era la complicación.

–¿Cuántos años tienes? –le preguntó.

Notó entonces que ella  contenía el aliento. El niño no se parecía a Gonzalo, pero sí se parecía a la Paula que él había conocido, con la cara llena de pecas...

No hay comentarios:

Publicar un comentario