lunes, 18 de mayo de 2020

El Soldado: Capítulo 23

Estaban tomando la salida de la autopista y podía ver las aguas azules del lago Okanagan bajo el sol, a lo lejos. Pero Paula no quería solo sorprenderlo, quería darle un susto.

–Me he bañado desnuda en el lago.

Pedro soltó una carcajada.

–Sí, seguro. Tú sola, de noche.

–¡No es verdad! Era una fiesta de la universidad.

–Ah, ya. ¿Y cuántas cervezas tuviste que tomar para hacerlo? Seguro que estabas borracha, era de noche y corriste hacia el agua envuelta en una toalla que solo te quitaste en el último momento. Y luego te quedaste en el agua, helada, para que nadie te viese desnuda y estuviste enferma en la cama una semana después de eso.

Paula lo miró, perpleja por lo acertado del retrato de uno de los momentos más escandalosos de su vida. Evidentemente, Gonzalo le había contado demasiadas cosas.

–Lo sé casi todo sobre tí –siguió Pedro–, y tú, por otro lado, no sabes nada sobre mí.

Pero eso no era cierto del todo. Grace recordaba su casa, por ejemplo. Cuando se mudaron a Mason, la casa que ocupó su familia era la única de alquiler en la zona. Todos las demás familias eran propietarias. Los Alfonso ocuparon una vieja casa de dos plantas al final de la calle, pero sus padres no hicieron nada para arreglarla. La pintura estaba deslucida, la verja medio tirada y en el interior había cortinas viejas y bombillas fundidas que nadie cambiaba nunca. El jardín estaba cubierto de malas hierbas, alguna moto vieja y papeles de periódicos enganchados a los arbustos. Un viejo coche reemplazaba a otro delante de la casa... Pero, aunque Pedro había dicho que no sabía nada sobre él, Paula no se atrevía a mencionar esos detalles. No iba a decirle que había llegado muy lejos en la vida.

–Ah, espera –dijo él entonces–. Sí sabes un par de cosas sobre mí: el chico pobre del barrio.

–Pero si vivías en el mismo barrio que yo.

Pedro se concentró intensamente en conducir durante unos segundos y cuando por fin la miró lo hizo con una sonrisa en los labios.

–No te engañes a tí misma, Pauli. El mismo barrio, mundos diferentes.

La sonrisa era falsa. Decía que daba igual, que no le importaba, pero no era verdad. La miraba con un brillo de reserva en los ojos, como retándola a juzgarlo. Paula recordaba claramente los coches de policía llegando a la tranquila calle del barrio residencial y los gritos desde la casa en una ocasión en la que su madre había salido bebiendo directamente de una botella de vino. Y recordaba la dignidad con la que Pedro había llevado todo eso, el brillo de orgullo en sus ojos mientras tomaba a su madre del brazo delante de todos los vecinos, sin mirar a nadie mientras entraban en la casa.

–¿Quieres saber cómo era vivir en una casa así, Pauli?

Paula sabía que iba a confiarle un secreto y eso no era algo que hiciese a menudo. Su sonrisa había desaparecido.

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