lunes, 4 de mayo de 2020

En Un Instante: Capítulo 68

Ella lo dijo en voz baja e inexpresiva y a él le pareció que las palabras llegaban desde muy lejos, como si fuese una desconocida, y, al parecer, lo era. Docenas de cuadros. Tenía que ser casi toda la colección de sus padres. Ella no podía estar inventándose algo así, pero ¿era posible que los cuadros hubiesen estado escondidos en un almacén durante todo ese tiempo? Tenía sentido y explicaba que no hubiese aparecido casi nada en el mercado negro. No podía pensar con claridad. Los pensamientos y los sentimientos se perseguían como gatos detrás de un ovillo de lana; asombro, incredulidad, rabia… No podía ser verdad. Era inconcebible que sus hermanos y él llevasen todos esos años buscando a los asesinos y que, de repente, la hermana de un posible sospechoso se presentase sin más en la puerta de su casa. Eso estaba planeado desde el principio. Ella había ido con un objetivo. Entonces, él solo pudo centrarse en algo que eclipsaba a todo lo demás, en la profunda y demoledora sensación de traición.

—Tú lo sabías. Me lo has ocultado mientras estabas en mi casa, dormías en el dormitorio de mi hermana, reías con mi hija… me besabas y permitías que llegara a quererte.

A ella le temblaron los labios, pero los apretó con firmeza.

—Sí.

—¿Por qué?

 —Debería habértelo dicho el primer día y eso era lo que tenía pensado, pero me caí por las escaleras y todo se complicó.

—Aun así, podrías habérmelo dicho durante todos estos días. Sin embargo, no abriste la boca. Es un secreto muy considerable, Paula. No puedo creérmelo. ¿Por qué no dijiste nada?

 Ella sabía las respuestas a todas las preguntas que sus hermanos y él se habían hecho durante doce años. Seguía sin poder asimilarlo. ¿Estaría equivocada? Sin embargo, ¿por qué si no iba a tener todos esos cuadros su padre? Era un embrollo descomunal.

—¿Por qué viniste aquí? —siguió él—. ¿Por qué no entregaste los cuadros a las autoridades?


 Ella no supo qué contestar. No podía decirle que algo la había impulsado a ir allí para conocer a la familia de la mujer que había pintado esos cuadros tan maravillosos. La obsesionaron en cuanto los vio y cuando descubrió la procedencia criminal, solo pudo pensar en devolverlos. No tenía sentido ni para ella, pero le había parecido lo único que podía hacer.

 —No lo sé —contestó ella con sinceridad—. También me he preguntado cómo llegaron a manos de mi padre y por qué no los vendió durante todos esos años. Quizá vendiera alguno de vez en cuando. No lo sabré hasta que la compañía de seguros de tu familia repase las obras y compruebe si falta alguno. Sin embargo, independientemente de lo que pueda decirse de Miguel Kozlov, era un empresario astuto, aunque sin escrúpulos. Siempre buscaba el beneficio. Entonces, ¿Por qué se quedó todo y no lo vendió?

 —Tú lo conocías. Dímelo tú.

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