miércoles, 27 de mayo de 2020

El Soldado: Capítulo 42

–Bueno... –empezó a decir–, parece que no van a venir. He sacado mis juegos de mesa favoritos para nada.

–¿Juegos de mesa?

–Tengo la impresión de que Tomás no ha jugado nunca al parchís. ¿Te lo puedes imaginar?

–Te aseguro que sí.

Paula lo miró, extrañada.

–¿Tú nunca has jugado al parchís?

Al principio pensó que estaba tomándole el pelo, pero luego vio en sus ojos que no era así. «Mándalo a casa», pensó. «Está pasando algo, te estás haciendo ilusiones». ¿De verdad nunca había jugado al parchís? Eso era prácticamente como decir que no había tenido infancia. Paula pensó en la noche que había salido a rescatar a su madre. Era un niño todavía, pero se había hecho un hombre en ese momento. Pedro era un hombre que no necesitaba ser rescatado. Al contrario, poseía la seguridad y la confianza de un hombre hecho a sí mismo. Era atractivo, sensual, fuerte. Sin duda, las mujeres lo habrían perseguido desde siempre. Era el presidente de una gran empresa que podía conjurar vaqueros y Ferraris en un minuto. ¿Por qué pensaba que disfrutaría de un tonto juego de mesa?

–¿Te gustaría probar? –le preguntó, sin embargo.

¿Estaba intentando desesperadamente alargar la noche? Ese era el problema cuando uno buscaba la perfección. ¿Querría volver a la normalidad en algún momento? ¿Podría hacerlo? Una persona que había dormido en sábanas de seda no querría volver a dormir en sábanas de algodón. Pedro la estudiaba en silencio y Paula tuvo la horrible impresión de que sabía lo que le había costado preguntar. Que se sentía como una niña de catorce años temiendo el rechazo.

–Sí, claro –respondió–. No te rindas todavía, Pauli. En el mundo de Sabrina llegar un poco tarde significa llegar a medianoche.

De repente, jugar al parchís le parecía ridículo. Pedro conocía a famosos pilotos de carreras, empresarios importantes, gente de la jet set. Probablemente estaba deseando marcharse...

–No tienes que quedarte.

–Ya lo sé, pero quiero hacerlo.

–¿Porque no quieres que lidie sola con Sabrina?

–Si aparece a estas horas, necesitarás que alguien le quite las llaves del camión.

–Pobre Tomás.

–Por eso me quedo, porque pareces triste. No es divertido estar triste.

–No, ya.

–En serio, saca el tablero.

«No», se dijo a sí misma. Pero lo hizo. Paula sacó el tablero y las fichas y lo colocó todo sobre la encimera de la cocina. La caja era vieja, usada, con las esquinas rotas pegadas con celo.

–Pueden jugar dos personas, pero es más divertido cuando juegan cuatro.

–Bueno, entonces cada uno de nosotros será dos personas. Una buena y otra mala. Pero nada de robar besos, ¿Eh?

–Lo de ayer no fue exactamente un beso –dijo ella, poniéndose colorada.

–¿Ah, no? Pues quién lo hubiera dicho –se burló Pedro–. Yo creo saber lo que es un beso, pero si tú dices que no lo fue...

–Solo estaba dándote las gracias por un día perfecto.

–¿Sueles dar las gracias así a todo el mundo? No sé qué van a pensar de tí, Pauli.

–No seas tonto.

Pedro rió.

–Bueno, ¿Que vamos a apostar?

–No vamos a apostar nada, solo jugamos para divertirnos.

Y debía reconocer que también era divertido para él, maldita fuera. Las bromas, la familiaridad, su deseo de jugar a algo tan tonto como el parchís.

No hay comentarios:

Publicar un comentario