lunes, 25 de mayo de 2020

El Soldado: Capítulo 36

Pedro se apartó, poniendo el dedo índice en su barbilla. Tenía que hacer un esfuerzo sobrehumano para no volver a besarla, para no enredar los dedos en su pelo, para no abrazarla. Había hecho cosas difíciles en su vida, pero nada fue tan difícil como alejarse de Paula Chaves.

–No te conformes –le dijo.

–¿Qué significa eso?

«Significa que no te conformes con alguien aburrido y estúpido como Pablo». Pero no lo dijo en voz alta.

–Significa que te libres de ese coche que tienes y compres un deportivo. No te conformes con algo menos que tus sueños.

En lugar de agradecer el consejo, Paula parecía molesta. Mejor, pensó, mientras se daba la vuelta. Pero algo llamó su atención entonces, un papel pegado al cristal de la puerta de la oficina. Los coches estacionados donde no debían, los adolescentes con cierta expresión, cualquier cosa que estuviese fuera de lugar lo ponía nervioso y Pedro se acercó para tomar el papel. Debería haber pensado que no era una amenaza, que todo estaba bien. Pero a él no se lo parecía. No tengo teléfono, decía la nota. ¿Sigues queriendo que Tomi y yo vayamos a cenar a tu casa mañana? Con cariño, Sabrina.

«Con cariño». Como si ella supiera lo que era eso. Por supuesto, tampoco lo sabía él. Sin decir nada, le entregó la nota a Paula y vió que sonreía al leer el nombre de Tomás.

–¿Los has invitado a cenar en tu casa? –le espetó, cruzándose de brazos.

Melbourne parecía estar alejándose por segundos.

–Sí –respondió ella, desafiante.

–No deberías hacerlo.

–No creas que por un día perfecto y un beso regular puedes decirme lo que tengo que hacer.

¿Un beso regular?

–No tenías que invitarlos a tu casa. Si te preocupa que el chico pase hambre, podrías haberlo invitado a tomar una pizza.

Demonios. No debería haber dicho eso. Por su expresión, no se le había ocurrido que Tomás pasara hambre... Eso era lo que ocurría cuando uno crecía en un mundo perfecto. A pesar de lo que quería creer, Paula había vivido una vida muy protegida, en un hogar donde siempre había comida en la mesa. Por eso ni siquiera se le había ocurrido pensar que Tomás no fuese un niño bien atendido. Y no se le habría ocurrido si él no hubiera abierto su bocaza.

–Invitaré a cenar a quien me plazca. Y es más, Pedro Alfonso, no me gusta que alguien me diga lo que tengo que hacer. Solo estoy interesada en una relación entre iguales.

–¿Una qué?

–Da igual.

–Una relación –repitió él, incrédulo.

–No me refería a una relación contigo.

–Pero te has puesto colorada.

–Es por el sol.

–Deberías saber que yo no estoy interesado en relaciones de ningún tipo, ni entre iguales ni entre no iguales.

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