miércoles, 29 de abril de 2020

En Un Instante: Capítulo 60

Algo estaba corroyéndola por dentro. La observó mientras se dirigía a su dormitorio con la cabeza agachada como si el cuello no aguantase el peso de lo que la agobiaba. No sabía cómo salvar la distancia que ella parecía dispuesta a poner entre los dos. Quizá debiera dejar de intentarlo. Su sentimientos eran cada vez más intensos, pero eso no quería decir que ella sintiese lo mismo. Cerró los ojos. No. Había captado algo en su mirada, algo delicado, cariñoso y real, como la estrella que había en lo más alto del árbol, pero ella se había alejado antes de que pudiera alcanzarlo. Colgó los dos calcetines con un suspiro y empezó a apagar las luces y a cerciorarse de que todo estaba bien cerrado, como hacía todas las noches, pero dejó encendidos los dos árboles de Navidad, otra tradición de los Alfonso. Su padre solía guiñar un ojo y decir que Santa Claus tenía que encontrar el camino, aunque sus hermanos y él ya fuesen bastante mayores. Quizá esa fuese la mayor carencia de Paula. Por lo que le había contado, había vivido una infancia dolorosa. Él era el más afortunado de los dos. Efectivamente, le habían arrebatado a sus padres de una forma atroz, pero también había vivido veinticuatro navidades muy felices, con ellos, bueno, veintitrés y una en la que había sido un majadero.  A juzgar por lo que le había contado y por cómo había disfrutado ese día, las fiestas durante la infancia de ella tuvieron que ser tristes y grises. Se prometió que ese año serían distintas. Al día siguiente haría todo lo que pudiera para que pasara el día alegre y lleno de esperanza que se merecía. Miró por última vez el árbol, pasó una mano por la Biblia de su padre, que seguía en la mesa, y se dirigió hacia la cama solitaria donde había dormido durante los últimos doce años. Deseó con todas sus fuerzas que las cosas pudiesen ser distintas.


Paula pensó que ver a Abril en la mañana de Navidad era un placer inmenso. Agradecía todos los regalos que abría, desde unos pintalabios que había elegido su padre, según había confesado él mismo, hasta un libro electrónico que, según ella, llevaba siglos esperando. Si se emocionaba tanto con doce años, ella podía imaginarse cómo habría reaccionado unos años antes.  Le encantaba ver la unión entre el padre y su hija. Pedro era un padre maravilloso, firme y cariñoso a la vez. Debería haber tenido más hijos. Sintió una punzada de compasión porque su vida había tomado una dirección muy distinta a la que él, seguramente, había esperado.

—Ya solo quedan unos pocos —comentó Abril.

La niña tomó la caja con un envoltorio precioso que ella sabía que contenía el regalo que Abril le había hecho a su padre.

—Toma, este es para tí—dijo Abril fingiendo sorpresa—. ¿Qué será?

 —No sé por qué, pero me parece que ya sabes la respuesta — replicó Pedro entre risas.

 —Es posible. ¡Ábrelo!

Pedro miró la caja.

—El envoltorio es precioso. Sea lo que se, alguien ha dedicado mucho tiempo a envolverlo.

 —Es mío, ¿De acuerdo? ¿Te importaría abrirlo?

 Él se rió otra vez. Evidentemente, disfrutaba fastidiando a su impaciente hija.

1 comentario: