lunes, 13 de abril de 2020

En Un Instante: Capítulo 21

Paula se despertó entre sueños agitados por los analgésicos y se encontró a un hombre en la puerta. Era una sombra enorme y amenazante en la oscuridad. Por un instante, el pánico se adueñó de ella y el cerebro se le paralizó por la pesadilla de aterradores intrusos desconocidos. Dejó escapar un gemido de miedo antes de que pudiera contenerlo.

—Tranquila, Paula. Soy yo, Pedro Alfonso.

La voz grave y conocida fue como una relajante infusión de manzanilla.

—Ah, hola.

—Perdona si te he asustado. Te avisé de que el doctor Dalton quiere que compruebe cómo estás.

Ella tomó unas bocanadas de aire y sofocó los últimos retazos de pánico.

 —Claro. Ya me acuerdo.

—Te importa si enciendo la luz.

—No. Adelante.

Él encendió una de las lámparas que había en un escritorio y el pánico terminó de esfumarse.

—¿Mejor?

—Mucho mejor. Lo siento, pero me he despertado desorientada y no sabía dónde estaba.

 —Lo entiendo —él entró más en el cuarto—. Menudo días has pasado. Cualquiera estaría un poco ofuscado, es una palabra que le encantaba a mi madre.

Su madre, quien había sido asesinada… Ella se estremeció y se tapó más mientras él se acercaba.

—Tengo que cerciorarme de que te funciona el cerebro. ¿Sabes qué día es?

Ella cerró los ojos para pensar. Se dió cuenta de que todavía le dolían el brazo y la cabeza, pero con menos intensidad.

—Mmm… Sábado, ¿No? Tres días antes de Navidad.

—En realidad, ya es domingo, pero vas bien encaminada.

Ella miró el reloj de la mesilla y vio que ya eran más de las doce.

—¿Cómo te llamas?

—Paula Chaves—contestó ella inmediatamente.

—¿Cómo me llamo yo?

—Me lo has dicho hace dos minutos. Pedro «cumbre» Alfonsp. Aunque no lo olvidaría. Es un nombre muy singular.

—Desde luego.

—¿Puedo preguntarte por qué te lo pusieron?

Él se apoyó en el panel que había a los pies de la cama y, de repente, ella percibió vivamente toda la fuerza de sus músculos.

—Mis padres se conocieron en Colorado cuando estaban en el colegio —le explicó él con una leve sonrisa que le suavizó los ángulos del rostro—. Parecer ser que un día mi madre salió de paseo con sus cosas para pintar y acabó cayéndose por un terraplén. No cayó mucho ni se hizo nada, pero se quedó tirada en un saliente durante un par de horas.

—¡No…!

—Mi padre eligió el mismo día para salir a montar a caballo por el monte y llevaba un lazo de cuerda. Cuando se encontró a esa preciosa damisela en apuros, hizo lo que haría cualquier vaquero joven y listo. Bajó la cuerda y la elevó sana y salva. Entonces, hizo lo que cualquier vaquero digno de ese nombre también haría y la invitó a salir —él se rio en voz baja—. El resto es historia. Desde entonces, todos los momentos trascendentales de sus vidas sucedieron en una montaña; él le pidió que se casara en una cumbre y se casaron en otra. Ella decía que mi nombre le recordaba a los momentos más felices de su vida y que representaba la fuerza y la invencibilidad.

Ella sonrió por lo bonita que era la historia, hasta que se acordó de lo que le pasó a esa pareja.

—Tu madre parece… increíble —murmuró ella.

—Lo era —confirmó él lacónicamente antes de cambiar de tema—. ¿Qué tal el brazo? ¿Necesitas más analgésicos?

—Sí, pero un ibuprofeno. Creo que es mejor que no tome nada más fuerte. La cabeza me da vueltas.

Él fue hasta la jarra de agua que había preparado, sirvió un vaso y se lo entregó con dos pastillas. Para ser un rudo vaquero, parecía cómodo en el papel de cuidador. Seguramente, el haber criado a una hija tenía algo que ver. Se preguntó por la madre de esa niña. ¿Estaban divorciados o era viudo? Quiso preguntárselo, pero se imaginó que ya había superado su cuota de desfachatez con Pedro Alfonso.

—Lo siento, he sido in incordio. Me marcharé por la mañana.

No quería sentir esa sutil conexión con él. Le costaría más aceptar que la odiara cuando se supiera toda la verdad.

 —¿Deberías tomar un vuelo a San Diego dentro de un día o dos? Tal y como está nevando, podría costarte llegar al aeropuerto, por no decir nada de lo incómodo que sería el viaje con el brazo roto.

 —Tengo el vuelo para finales de la semana. Había pensado pasar la Navidad en Pine Gulch.

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