viernes, 10 de abril de 2020

En Un Instante: Capítulo 20

La conoció cuando aceptó un trabajo temporal en Montana. Tenía que asesorar a una estrella de cine que quería poner en marcha un rancho de recreo y Melina era la asistente personal de la esposa de esa estrella. Ella estaba fascinada con los vaqueros y el Oeste y, ante su asombro y placer, esa mujer hermosa y alocada quedó fascinada por él. Durante un mes, más o menos, tuvieron lo que a él le parecía una aventura ardiente y apasionante, pero todo el apasionamiento ya había empezado a enfriarse cuando una noche le dijo que estaba embarazada. Lo planteó con una despreocupación que lo dejó pasmado. «Por cierto, no me ha llegado el período y el test de embarazo ha dado positivo. ¿No te parece gracioso?». Lo comentó como no hubiese pasado nada, como si engendrar una vida entre los dos no significara nada. Resopló al acordarse de que él dió por supuesto inmediatamente que se casarían. Tal y como lo habían educado, eso era lo que hacía un hombre. Un hombre apechugaba con sus responsabilidades. Ella se rió y lo trató como si el vaquero provinciano que era, pero acabó convenciéndola de que podrían forjar una vida juntos por el bien de su hija. Sus padres no la aceptaron a ella ni al matrimonio.

Volvió a mirar la pintura. El recuerdo todavía lo abrasaba. Cuando ellos murieron, tenían una relación tensa y distante. La noche anterior al asesinato, había gritado a su padre por teléfono cuando Horacio dió a entender que quizá no se hubiesen conocido lo suficiente para dar un paso tan importante. Era espantoso que hubiese permitido que las cosas llegaran a ser tan tensas sin intentar salvar las diferencias. No soportaba saber que su padre había muerto con las espantosas palabras que le había dicho retumbándole en los oídos. Sin embargo, lo peor de todo era que habían tenido razón. Ella no estaba hecha para esa vida y los dos lo sabían. Después de la muerte de sus padres, no tuvo más remedio que volver a River Bow para ocuparse del rancho. Ni David ni Iván podían aunque hubiesen querido.

Le gustaría pensar que Melina había hecho todo lo que había podido, pero al cabo de un año en el rancho, empezó a cansarse de ser madre y esposa. Al menos, de ser su esposa. Una noche, les abandonó, a Abril y a él, con una nota que solo decía que lo sentía, pero que no aguantaba más. Le cedió la custodia de Abril, unas semanas después le mandó los documentos del divorcio y desapareció. Durante unos seis meses, le mandó correos electrónicos desde distintos sitios, pero la correspondencia fue cada vez menos frecuente hasta que cesó bruscamente. Temió que le hubiese pasado algo, pero ni sus amigas pudieron decirle dónde estaba la última vez que supieron algo de ella y él no sabía por dónde empezar a buscar. Debería haber intentado encontrarla con más ahínco, por Abril, no por él, pero no había estado seguro de que hubiese querido saber la verdad.

Volvió a acordarse de su huésped involuntaria. Ella también era de California. También era hermosa y delicada. Le gustaría creer que el parecido entre Melina y ella no pasaba de ahí, pero había aprendido bien esa lección. Solo tenía tiempo para el rancho y su familia y no estaba dispuesto a que nada cambiara. No tenía sitio para una profesora preciosa, con enormes ojos azules y lesionada que tenía secretos que parecía no querer contarle.

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