miércoles, 8 de abril de 2020

En Un Instante: Capítulo 14

—No saqué mucho en claro. Le gustan las pastillas de canela. Vive en el departamento 311 del complejo Cyprus Grove en San Diego. Tiene una identificación de distrito escolar y el 14 de marzo cumplirá veintinueve años. Es curioso, pero no encontré nada en el bolso que explicara por qué se presentó en mi casa como caída del cielo y empezó a limpiarla.

Ella notó que empezaba a ponerse roja como un tomate.

—Usted dió por supuesto que había venido para eso. Yo intenté desmentirlo, pero usted parecía tener mucha prisa por volver a su despacho. Además, era evidente que necesitaba ayuda.

—Desde luego. Por eso contraté a alguien, que no era usted, para que se ocupara. Sin embargo, si no vino para limpiar, ¿Por qué se presentó en la puerta de mi casa?

Ella se mordió el labio inferior mientras intentaba encontrar la mejor manera de explicárselo.

—¡Tengo un maletín en el coche alquilado! —exclamó ella de repente—. Tengo que sacarlo, hace demasiado frío. ¡No sé cómo he podido olvidarlo!

 —Tranquila. No se olvidó. Está guardado en mi despacho. ¿No se acuerda de que me pidió que lo trajera adentro mientras Iván y sus ayudantes la llevaban a la ambulancia?

Los recuerdos le entraban y salían de la cabeza a su antojo.

—Menos mal… —murmuró ella con alivio.

—Entonces, ¿Ese maletín misterioso es el motivo para que esté aquí?

—¿Podría traerlo? —preguntó ella con un suspiro porque sabía que no podía demorarlo más.

 Él puso una expresión de cautela y se marchó. Ella, mientras esperaba, cerró los ojos con cierto miedo por lo que se avecinaba. Tenía borrosos los últimos cinco días. Tenía la sensación de que estaba montada en una montaña rusa enloquecida desde que encontró el recibo de un almacén mientras ordenaba los papeles de su padre. Cuando vió lo que había en ese almacén, tuvo cien sospechas vagas y espantosas, pero todas eran irreales y sin fundamento, seguramente, porque ella no quería que fuesen reales. Su investigación en Internet había desenterrado una historia escalofriante, una historia que todavía no podía acabar de comprender y una historia que no quería creer que tuviera nada que ver con ella ni con nadie de su familia. Había recogido una de las pruebas y la había llevado allí con la esperanza de descubrir la verdad. En ese momento, una vez allí, se daba cuenta de lo absurdas que habían sido sus esperanzas. ¿Acaso esperaba descubrir que todo había sido un tremendo error? Esperó con los nervios de punta y cuando él volvió, el portafolios le pareció oscuro y amenazante.

 —Tenga.

Él se lo entregó y ella fue hasta la cama.

—¿Ha mirado dentro como ha mirado en mi bolso?

—No. No quería entrometerme en su intimidad, pero las circunstancias no me dejaron muchas alternativas.

Ella se alegró, abrió el maletín con la única mano que tenía sana y dejó el contenido sobre la manta. Era un cuadro tan hermoso que seguía haciendo que contuviera el aliento. Una niña rubia, de unos tres años, tenía entre las manos una flor de lavanda tan real que casi podía olerla.  La expresión de Pedro Alfonso pareció congelarse cuando vió el cuadro. Su mentón parecía de granito.

 —¿De dónde lo ha sacado? —preguntó él con aspereza.

Ella, instintivamente, se acobardó por el tono. Le espantaban los conflictos y había oído a sus padres gritarse desde que era una niña. Tragó saliva.

—Mi… mi padre murió hace poco y encontré esto entre sus cosas.

Entonces, ella se dió cuenta de que él no estaba enfadado, estaba abrumado.

—Es más hermoso de lo que recordaba —comentó él en un tono casi de veneración.

Pasó un dedo por el borde de uno de los pétalos y ella se dió cuenta de que ese vaquero rudo y enorme parecía a punto de llorar. ¿Quién era ese hombre que parecía que podía derribar a un novillo con una mano y que también podía llorar al ver un cuadro de una niña con una flor?

 —Entonces, ¿Perteneció a… su familia?

Él la miró como si se hubiese olvidado de que estaba allí.

—¿Por esto vino al rancho?

Ella asintió con la cabeza, que le dolió por el movimiento.

—Cuando lo encontré —contestó con cautela—, busqué en Internet a la artista, Ana Alfonso.

—Mi madre.

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