miércoles, 22 de abril de 2020

En Un Instante: Capítulo 41

Entró en el cuarto de estar con un bostezo y vió a Paula dormida, aunque se había levantado en algún momento y se había tapado con una manta. Estaba serena y preciosa a la luz de la chimenea y de las lucecitas de colores del pequeño árbol de Navidad que Luciana había puesto en ese cuarto. Por un momento disparatado, se sintió abrumado por lo bien que se sentía al mirarla, como si ella perteneciese a ese lugar. Tenía que calmarse. La dirección que habían tomado sus pensamientos lo alteraron. Que Paula Chaves estuviese en River Bow no tenía nada de bueno. Ella no pertenecía a ese lugar, como no había pertenecido Melina. Era una huésped, una invitada, y nada más. Tenía que recordarlo. Su presencia allí  era efímera, era alguien que saldría de sus vidas en cuanto quisiera. Sin embargo, lo atraía muchísimo. Sentía una punzada en las entrañas cada vez que la miraba, era lo mismo que sentía cuando miraba una de las obras de su madre que le gustaba especialmente. No lo había buscado y no acababa de entender que una mujer a la que no conocía bien lo atrajera tanto y tan deprisa. Sin embargo, así era y su anhelo aumentaba cada vez que estaban juntos. Volvió a recordarse que ella no era para él. Tenía que tenerlo muy claro en la cabeza independientemente de lo que sus entrañas, y otras partes del cuerpo, intentaran decirle. Se acercó al sofá. Le fastidiaba molestarla, pero estaría mucho más cómoda en la cama, donde podría colocar bien el brazo.

—Paula. Despierta.

Ella parpadeó un poco, pero resopló levemente y volvió a cerrar los ojos. Estuvo tentado de tomarla en brazos para llevarla a su dormitorio, como hacía con Abril cuando era pequeña, pero tuvo la sensación de que eso no acabaría de gustarle a su invitada.

—Paula… Es tarde. Despiértate un minuto. Estarás muy a gusto ahí, pero el fuego se apagará enseguida y te congelarás. Te prometo que estarás mejor en la cama.

 —Cansada… —farfulló ella sin abrir los ojos.

Él sonrió por lo mucho que se parecía a Abril en ese momento. Se agachó para estar a su altura.

 —Vamos, despierta. Vete a la cama.

 No pudo resistir el atractivo de esa piel sedosa y le pasó el dorso de la mano por la mejilla. Ella parpadeó un par de veces y esos ojos azul grisáceo se abrieron. Lo miró desorientada, pero lo reconoció, separó los labios como si quisiera tomar aliento y los ojos se suavizaron.

 —Hola, Pedro.

Ella lo dijo con una dulzura que lo dejó atónito y, por un instante, sintió tal alegría que quiso acurrucarse a su lado. Ese arrebato lo desconcertó y lo dejó temblando.

—¿Qué hora es? —preguntó ella con una voz ronca y tan sexy que lo estremeció.

—Son casi las doce —contestó él con la voz también ronca—. Abril se acostó hace más de una hora.

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