miércoles, 8 de abril de 2020

En Un Instante: Capítulo 15

Él volvió a mirar la pintura con una expresión muy delicada. Paula lo observó y, súbitamente, se sintió agotada por el peso del pasado y por haber intentado escapar de unos demonios, sin conseguirlo. No debería haber ido allí. Había sido ridículamente impulsiva y, en ese momento, no podía creerse que hubiese llegado a pensar que ver a la familia Alfonso fuese una buena idea. Si hubiese pensado con claridad, se habría limitado a buscar una dirección de correo electrónico y a mandar una foto de la pintura con algunas preguntas. Mejor aún, debería haber pedido a su abogado que se pusiese en contacto con la familia Alfonso. La única explicación para que estuviese allí era su propia reacción a las pinturas. Le habían impresionado todas, y sobre todo esa, por su mérito artístico y por el talento, pero también por el amor evidente que sentía la artista hacia la niña del cuadro.

—¿Sabe de dónde sacó su padre esta pintura? —le preguntó Federico.

 Sospechaba algo, pero no tenía pruebas y negó con la cabeza.

—Significa mucho para usted, ¿Verdad? —preguntó ella.

—Si usted lo supiera… Creí que no volveríamos a verla. Es la que más he echado de menos de todas ellas. Es mi hermana Luciana. La de la boda de ayer.

Ella se lo había imaginado y hacía que todo le pareciera más triste.

—Era una niña preciosa —comentó ella.

—Que se ha convertido en una mujer más preciosa todavía.

Él sonrió y a ella le corroyó la envidia por la relación de Pedro Alfonso con su familia, que, evidentemente, estaba muy unida a pesar de la tragedia que habían vivido. Pensó en su hermanastro y en la relación conflictiva que tenían. Lo había querido mucho cuando era pequeña a pesar de los diez años de diferencia que había entre ellos. Sin embargo, al final, se había convertido en un desconocido.

—¿Cuánto quiere por la pintura? —preguntó Pedro con brusquedad—. Dígame un precio.

 —¿Qué? —exclamó ella.

—Por eso ha venido, ¿No?

Él arqueó una ceja y ella captó un brillo de burla en sus ojos. Se dió cuenta con espanto de que creía que estaba intentando sacar dinero a la familia. Estaba tan atónita que tardó unos segundos en contestar. Él debió de creer que ese silencio era una táctica para negociar porque apretó los dientes y frunció el ceño.

 —Debería fingir que no me interesa e intentar regatear con usted, pero me da igual. Lo quiero. Dígame un precio y, si es racional, lo pagaré.

—Yo… yo no quiero su dinero, señor Alfonso —replicó ella sacudiendo la cabeza.

—¿No?

—Cuando leí en Internet la historia de sus padres y su…

Ella no pudo acabar la frase.

—¿Su asesinato?

Ella se estremeció un poco por la crudeza.

 —Sí. Cuando leí las informaciones nuevas y me di cuenta de que la artista de esa pintura tan maravillosa había muerto, supe que tenía que venir. La pintura es suya. No permitiré que me pague nada. Pienso devolvérsela a usted y su familia.

—¿Qué…? —preguntó él sin disimular la incredulidad.

—No tengo ningún derecho legal ni moral. Pertenece a su familia. Es suyo.

Él la miró fijamente, miró la pintura y frunció el ceño.

—¿Cuál es la artimaña?

 —No hay ninguna artimaña. Es suyo —repitió ella.

Paula no añadió el resto todavía. Tendría que decírselo, pero estaba tan asombrado porque quería devolverle la pintura que no estaba preparada para contarle todo lo demás.

 —No puedo creérmelo. No puede hacerse una idea. Es como recuperar un trozo de ella, de mi madre.

 El amor de su voz le tocó una fibra muy sensible. Se acordó de su madre, de su amargura y rabia contra el mundo y de las cartas que había tenido que jugar. Su madre la había criado sola desde que ella era muy pequeña, había tenido dos empleos porque no quería dinero de su ex marido. La había querido, pero ya aceptaba que su madre nunca había sido una mujer amable. Alejandra odiaba tanto a su ex marido que no le quedaba amor para la hija que habían engendrado juntos.

 —¿Puede decirme si esta pintura es parte de la… colección robada? —preguntó ella.

Él asintió con la cabeza y una expresión sombría. Ella apretó los labios. No podía contarle el resto, no podía hablarle de la docena de obras de arte que había encontrado en un almacén climatizado. Tampoco podía contarle lo que sospechaba.

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