viernes, 17 de abril de 2020

En Un Instante: Capítulo 34

Paula dominó la angustia y el miedo mientras Pedro y su hermano salían de la habitación. No sabía cómo lidiar con un jefe de policía rudo que la miraba con recelo y desconfianza. ¿Podrían acusarla de posesión de un artículo robado? Tendría que comentárselo al abogado que se encargaba del patrimonio de su padre. Súbitamente, la rabia superó al pánico. Súbitamente, se puso furiosa con su padre porque le había dejado que aclarara todo ese embrollo. Debería decírselo todo a Pedro. Debería hablarle de su padre y de Gonzalo. No quería creerlo, pero cada vez estaba más convencida de que su hermano tenía algo que ver con los asesinos de los Alfonso. No podía ser casualidad que hubiese muerto a unos cientos de kilómetros de allí y unos días después del asesinato. El almacén lleno de cuadros era otra prueba. Su padre debió de estar mezclado de alguna manera. Los Kozlov, una familia de delincuentes, debieron de organizarlo todo, pero ella todavía se preguntaba por qué su padre no había intentado vender las obras de arte. ¿Cómo podía contarle a Pedro el historial de su familia? La despreciaría si se enteraba de lo más mínimo, la consideraría la hija de un jefe del crimen organizado ruso. Se lo contaría antes de marcharse, cuando no tuviera que ver el reproche en sus ojos verdes. El engaño por omisión era impropio de ella, pero no pensó en eso y se volvió hacía las dos jóvenes que la miraban con una curiosidad cautelosa.

 —Tengo que reconocer que este árbol de Navidad es el más bonito que he visto, Abril. ¿Ayudaste a decorarlo?

—Sí. Mi tía Luciana y yo tardamos dos días en colgar todos los adornos. Eso sin contar lo que tardamos en hacer algunos y en comprar los demás.

—Es precioso. Toda la casa es la casa perfecta de Navidad.

—Está muy bonita durante las fiestas —reconoció Abril—. Nos cortaron el árbol de la montaña justo antes de Acción de Gracias. Además, mi padre engancha el caballo al trineo algunas veces y subimos y bajamos por el camino cantando villancicos.

—Qué bonito…

—Siento que te hicieras daño en nuestra casa. ¿Cómo te caíste?

—No me fijé en dónde ponía el pie, me tropecé y perdí el equilibrio.

—A mí me pasa todo el rato —intervino Gabi—. David dice que siempre voy demasiado deprisa y que tengo que ir con más calma.

—Es un buen consejo, intentaré seguirlo, pero estoy bien, de verdad. Abril, he intentado convencer a tu padre de que puedo volver al hotel donde estoy alojada, pero no he tenido mucha suerte.

 —Puede ser muy cabezota —replicó la chica con comprensión—. Llevo siglos queriendo empezar a ponerme maquillaje y a hacerme los agujeros en las orejas, pero le da igual. Creo que le gustaría que fuésemos amish o algo así. Brenda la deja a Gabi que se pinte los labios y se ponga sombra en los ojos. No sé por qué yo no puedo.

No se sintió autorizada para comentar nada y decidió excluirse de la insurrección antes de que llegara más lejos.

—¿Qué hay en la caja?

—Un regalo para papá —contestó Abril con un brillo en los ojos—. Tendrías que verlo. Va a ser increíble.

—Estoy segura.

 —Enséñaselo —le propuso Gabi.

Abril dudó.

—No tienes que enseñármelo si no quieres —le tranquilizó Paula.

—No puedes decir nada, quiero sorprenderlo.

—Seré una tumba, lo juro.

Abril dejó la caja en el sofá, al lado de Paula, levantó la tapa y, con un gesto reverencial, sacó una manta de viaje casi terminada en tonos marrones y verdes.

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