lunes, 6 de abril de 2020

En Un Instante: Capítulo 7

Le dolía todo el cuerpo, pero era un dolor sordo. Se sentía como si estuviese flotando en un cuenco con un delicioso pudin de chocolate, salvo que, de vez en cuando, algo punzante la atravesaba.

—Visto lo visto, no ha salido mal parada. La conmoción parece pequeña y la rotura es limpia.

 Un hombre con un estetoscopio le sonrió. No llevaba bata blanca, pero los dientes sí eran blanquísimos. Era muy guapo y si no sintiera un dolor tan intenso, se lo diría.

 —¿No he salido mal parada? —murmuró ella sin entenderlo.

—Le aseguro que podría haber sido mucho peor —le médico le sonrió—. He visto la escalera de River Bow y tiene que medir siete metros como poco. Es asombroso que solo se haya roto un brazo.

 —Asombroso —confirmó ella aunque no sabía qué era River Bow.

—Además, Pedro hizo bien en no moverla. He podido reducir la rotura sin operación.

 —Gracias —dijo ella porque le pareció que era lo que tenía que decir. Solo quería dormir tres o cuatro años. ¿Por qué no la dejaba dormir?— ¿Puedo irme a mi casa?

 A su piso con una cama con cuatro postes, con una colcha azul claro y con cortinas a juego.

—¿Dónde estás exactamente su casa?

Ella le dió la dirección de su piso.

—¿Eso está en Idaho Falls?

—¡No! —exclamó ella—. En San Diego, naturalmente.

—Vaya —él parpadeó levemente—. Ha hecho un viaje muy largo para trabajar de limpiadora.

 Ella frunció el ceño. ¿Limpiadora? Quiso frotarse la cabeza para quitarse el dolor aunque tuvo la imagen fugaz de una bolsa de basura con vasos y servilletas saliendo de ella. Había estado limpiando algo. ¿Por qué? ¿Por eso se cayó? Los recuerdos eran vagos. Se acordaba del avión, de un maletín importante, «tápalo de la luz, por favor», de un hotel.

—Estoy en el hotel Cold Creek —dijo ella de repente.

Debería haberles dicho que los analgésicos la aturdían. Siempre tomaba medio. Qué cantidad le habrían dado? ¿Cómo se había lastimado el brazo?

—El hotel Cold Creek.

El médico encantador con dientes blancos frunció el ceño.

—Sí. Mi habitación tiene las cortinas azules con flores. Son muy bonitas.

 —Me alegro de saberlo —él parpadeó—. De acuerdo.

 Estaba cansada. ¿Por qué no la dejaba dormir? Cerró los ojos y se acordó de algo importante.

—¿Dónde está mi coche? ¿Tiene usted mi coche? El lunes a mediodía tengo que devolverlo en el aeropuerto o me cobrarán una barbaridad.

—Seguirá en River Bow. Estoy seguro de que su coche está bien.

—Tengo que devolverlo.

 El coche era importante, pero había algo que le importaba más. Algo que estaba dentro del coche, pero ¿qué era? La cabeza le dolió y uno de esos dolores espantosos se abrió camino en la deliciosa neblina.

—Me duele la cabeza.

—Es la conmoción. Cierre los ojos e intente relajarse. Nos ocuparemos de que devuelvan el coche, se lo prometo.

—El lunes… A mediodía…

 Necesitaba algo que había dentro. Cerró los ojos y volvió a ver ese maletín especial. ¡Ah…! Pedro Alfonso. Le había dicho a Pedro que lo sacara. Hacía demasiado frío. No era seguro. Él se ocuparía. No sabía por qué lo sabía, pero una sensación placentera se adueñó de ella y se dejó arrastrar.

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