miércoles, 29 de abril de 2020

En Un Instante: Capítulo 58

Iba a dolerle abandonarlos, iba a dolerle tanto que no sabía cómo iba a soportarlo y ya estaba preparándose para ese dolor inevitable. Sin embargo, no habría desperdiciado esa oportunidad por nada del mundo, ese momento excepcional, que no tenía precio, de estar abrazada a él mientras tintineaban las luces del árbol de Navidad y el fuego crepitaba a su lado. Se besaron lentamente, fueron unos besos profundos y embriagadores que la dejaron anhelante y ávida de más. Entonces, él se separó y apoyó la frente en la de ella.

—No puedo creerme que te conozca solo desde hace unos días. Eres perfecta, la mujer más maravillosa que he conocido. Me siento como si hubiese estado toda la vida esperándote. Encajas perfectamente en nuestras vidas, como si llevaras toda la vida en River Bow.

 La voz ronca atravesó la deliciosa bruma que la rodeaba. Tuvo un arrebato de júbilo al creer que él también estaba empezando a quererla, hasta que la cruda realidad cayó como si el árbol de Navidad se hubiese derrumbado sobre ellos con sus luces y adornos. ¡No! ¿Cómo había podido ser tan egoísta? Había estado tan centrada en pensar lo que le dolería tener que marcharse que no había pensado en los sentimientos de él. Si también estaba empezando a quererla, se enfadaría más todavía cuando descubriera la verdad. Se apartó con el corazón desgarrado por las palabras que no podía decir y con la necesidad de poner espacio entre ellos. El cariño de su mirada se le clavó en la conciencia como unas garras afiladas. Estaba allí, en su casa y entre sus brazos, como una farsante. Cuando él descubriera la verdad, esos besos que le parecían de una dulzura mágica le parecerían de mal gusto. Estaba empeorándolo todo al meterse en sus vidas, al engañarlos para que empezara a quererla. Si hubiese pensado en las consecuencias, no habría llegado hasta ahí.

—¿No crees que ya deberíamos poner los regalos? —preguntó ella con la esperanza de que no captara la desesperación en su voz—. Me imagino que Abril ya estará dormida.

 Él la miró un rato con el ceño ligeramente fruncido.

—Sí. Tienes razón —concedió por fin—. Los tengo guardados en el desván. Tardaré un minuto en bajarlos.

 —¿Quieres que te ayude?

 —No hace falta.

Ella asintió con la cabeza y se sentó encima de las piernas. Mientras esperaba, miró fijamente el fuego y se planteó seriamente marcharse, recoger sus cosas y marcharse en coche en plena Nochebuena. Sin embargo, no podía hacerle eso a Abril. Después del día tan maravilloso que habían pasado, la niña se quedaría muy dolida por una desaparición tan abrupta. Por otro lado, ¿Cómo podía quedarse si cada minuto que pasaba con Pedro, se enamoraba más de él?  Era un lío. Deseó con toda su alma que las cosas pudiesen ser distintas.

Entonces, Pedro bajó las escaleras y entró con un enorme cajón de plástico lleno de regalos.

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