Decidida, agarró la bolsa de basura llena y empezó a bajar las escaleras. No supo si el tacón se le enganchó en el borde de un escalón o si se tropezó con la bolsa, pero se tambaleó, gritó, soltó la bosa y fue a agarrarse al pasamanos. Sin embargo, no lo alcanzó y perdió el equilibrio. Se golpeó una cadera, un codo y la cabeza y acabó aterrizando al pie de la escalera sentada en el trasero y con un brazo torcido detrás. Oyó un grito y un golpe sordo en algún lugar de la casa.
Pedro reconocía un sonido de dolor cuando lo oía. Se levantó de un salto y salió corriendo del despacho. Llegó al salón y vio un cuerpo hecho un ovillo al pie de la escalera, una bolsa de basura con todo el contenido esparcido a su lado y a Tri que gemía y le lamía la cara.
—Quítate, Tri.
El perrito se apartó a regañadientes y él pudo agacharse junto a la mujer, quien tenía los ojos cerrados y un brazo retorcido detrás de ella de una forma que no podía ser buena. ¿Cómo se llamaba? Paula… ¡Paula Chaves!
—Paula… Señorita Chaves…
Ella gimió, pero no abrió los ojos. Él miró el brazo con más detenimiento y dejó escapar una maldición para sus adentros. Casi era preferible que estuviese inconsciente. El brazo parecía roto y le dolería una barbaridad cuando recuperara la consciencia. Él se había roto dos veces un brazo y no le había gustado nada. Esa mujer le pareció frágil y delicada cuando apareció, tanto que no le pareció indicada para limpiar sola los restos de la boda. En ese momento, le parecía más quebradiza todavía, estaba completamente pálida, ya tenía un moratón en la mejilla y estaba saliéndole un chichón en la sien. Miró a lo alto de la escalera y vio algunos restos en lo más alto. Había sido una caída bestial. Su instinto de protección le decía que la dejara insensible al dolor, pero también sabía que tenía que despertarla para que pudiera explicarle los síntomas. Se había criado en un rancho de Idaho y, naturalmente, sabía algo de primeros auxilios. Brazos rotos, heridas, contusiones, quemaduras… Lo que no había sufrido él, lo habían sufrido Luciana o los gemelos. A juzgar por su inconsciencia, tenía una conmoción cerebral y cuanto más tardara en recuperar la consciencia, más complicaciones podía haber.
—Señorita… Paula… ¿Puedes oírme?
Parpadeó un poco, pero no abrió los ojos, como si, inconscientemente, no quisiera enfrentarse al dolor. La palpó con mucho cuidado y le pareció que no tenía nada más. Sacó el móvil y llamó a Urgencias. Podría llevarla a la clínica de Pine Gulch antes de que llegara la ambulancia, pero no se atrevía a moverla sin saber si tenía alguna lesión interna.
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