viernes, 17 de abril de 2020

En Un Instante: Capítulo 35

—¡Caray! —exclamó ella por la impresión—. ¿La has hecho tú? ¿De verdad?

 —Mi tía Brenda me enseñó a tejer. Todavía no lo hago muy bien, pero llevo semanas haciéndola. La semana pasada me dí cuenta de que no la tendría para Navidad si no le daba un buen empujón y eso es lo que hemos estado haciendo. Tengo los dedos que parece que se me van a caer.

—Va a encantarle —le aseguró Paula—. Sobre todo, porque te has tomado tanto interés en hacerla.

—Eso espero. Me he saltado muchos puntos. La tía Brenda iba a enseñarme cómo terminarla, pero este fin de semana el bebé estaba muy gruñón y no ha podido.

Paula dudó. Se debatió entre su instinto natural de profesora y el deseo de ayudarla y el miedo a que cuanto más se metiera en la vida de los Alfonso, más le costaría despedirse de ellos. Si fuese lista, le pediría a David Alfonso que la llevara otra vez al hotel Cold Creek, pero, por otro lado, no quería pasar más tiempo con el jefe de policía que el estrictamente necesario. Podía pasar otra noche allí y a la mañana siguiente volvería por sus propios medios.

—Yo sé tejer. Tampoco lo hago de maravilla, y ahora solo tengo una mano, pero es posible que consigamos resolverlo entre las dos.

—¿De verdad? ¡Sería fantástico! ¡Gracias!

—De nada.

Se oyeron las voces de Pedro y su hermano y las niñas cerraron inmediatamente la caja de plástico. Cuando llegaron los hombres, Paula se puso en tensión y esperó a que el jefe de policía empezara a interrogarla otra vez. Si lo hacía, tendría que contarles la verdad mucho antes de lo que había esperado. Ella, al revés que el resto de su familia, nunca había sabido mentir o disimular. Sin embargo, para su alivio, el jefe Bowman no comentó nada del cuadro.

—Está empezando a nevar otra vez y deberíamos volver, Gabi. Será mejor que no nos quedemos atrapados en el rancho. No sé tú, pero yo no quiero que Brenda descargue toda su ira sobre mí si le dejo sola con un bebé irritable.

—De acuerdo —la niña se levantó—. Hasta luego, tío Pedro. Adiós, Abril. Señorita Chaves, me ha encantado conocerla. Siento lo de su brazo.

—Gracias.

Cuando los dos se marcharon, Paula se acordó de repente de la comida que dejó en la olla de cocción lenta antes de que se quedara dormida delante de la chimenea.

—¿Tienen hambre? —preguntó—. Estoy haciendo un guiso.

—Huele muy bien. ¿Te importa si espero un poco? Tengo que echar una ojeada a la calefacción del tractor mientras haya luz. ¿Les importa que los deje aquí un rato?

Abril miró de reojo a Paula.

—No te preocupes, estaremos bien —contestó su hija quizá con demasiado entusiasmo.

Pedro se quedó un poco perplejo, pero decidió no darle importancia.

 —Llamenme si tienen algún problema. No sé cuánto tardaré, pueden cenar sin mí.

 —Claro —comentó Abril.

Él se dirigió hacia la salida y Abril y ella se pusieron a trabajar en cuanto oyeron que cerraba la puerta.  Al parecer, había vivido una vida muy tranquila y segura en San Diego. No había podido imaginarse que la nieve pudiese llegar a caer con tanta insistencia.

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