lunes, 13 de abril de 2020

En Un Instante: Capítulo 23

Después de ver cómo estaba su huésped durmiente y de dejarle una nota donde tuviera que verla, Pedro se puso la ropa más abrigada que tenía y salió a la ventisca que se le colaba por todas las rendijas que podía. Habían caído unos treinta centímetros de nieve durante esas pocas horas de sueño agitado y no veía ningún indicio de que fuese a dejar de nevar en un futuro inmediato. No le extrañaría que Santa Claus y sus renos tuvieran que abrirse camino entre más de medio metro de nieve. Además, a eso había que sumar el viento que soplaba y que amontonaba la nieve delante de la puerta y que lo tapaba todo, como cierto coche de alquiler. Paula no iba a tener más remedio que quedarse en el rancho por el momento. Él, desde luego, no iba a poder llevarla a ningún sitio hasta dentro de varias horas. Pasaría casi todo el día cavando, abriendo caminos y reparando los daños que había causado el viento. Sus hermanos, por su parte, pasarían el día atendiendo derrumbamientos u otros problemas producto del clima en sus respectivos servicios de emergencias, lo que significaba que, probablemente, Abril tendría que quedarse en casa de David hasta la tarde como pronto. Después de unas horas quitando nieve con el tractor, y aunque le quedaban algunas más, decidió tomarse un pequeño descanso. Necesitaba más combustible que la taza de café y el yogur que se había tomado deprisa y corriendo. El contraste entre el viento cortante y la calidez del cuarto contiguo a la cocina era impresionante, pero el olor a beicon frito era irresistible. Al parecer, el hambre estaba produciéndole una alucinación olfativa. Sin embargo, cuando se quitó toda la ropa de abrigo y entró en la cocina, comprobó que no estaba imaginándose nada. Estaba en los fogones con una bata verde que debía de ser de Luciana y un delantal que debía de haber encontrado en la despensa. El brazo le pareció pálido y frágil por el contraste.

 —¿Qué es esto? —preguntó él con sorpresa.

Ella echó una loncha de beicon a la sartén.

 —Esto es ser oportuno. Me desperté y te ví quitando toda esa nieve. Luego, cuando bajé a la cocina, no vi ninguna señal de que hubieses desayunado. Pensé que quizá vinieras a comer algo y empecé a cocinar. Ahora, aquí estás. Espero que no te importe.

—Es un error preguntar a un vaquero si le importa que alguien le prepare la comida —él se rio—. Siempre contestará que no. Me había resignado a tomar un cuenco frío de cereales, de modo que esta es una grata sorpresa. Solo una pregunta. ¿Cómo lo has conseguido con un brazo roto?

 —Me gustaría decirte que ha sido fácil, pero no sería verdad. Lo más complicado ha sido abrir el paquete de beicon, pero lo he conseguido.

Ella esbozó una sonrisa lastimera que terminó de conquistarlo, como si el desayuno no hubiese sido suficiente. Sirvió unas lonchas de beicon crujiente en un plato y se lo dejó en el mueble central con unos esponjosos huevos revueltos y unas tostadas. También se sirvió una ración mucho menor para ella. Él sirvió dos vasos del zumo que había en la nevera y se sentó enfrente de ella en el mueble central.

 —Caray, está delicioso —comentó él después de dar el primer bocado de revuelto—. Gracias.

—De nada —replicó ella con aire complacido—. Me gusta cocinar aunque sea con una mano. No tengo muchas ocasiones de hacérselo a otra persona.

 —A mí tampoco me importa cocinar cuando tengo tiempo. Nuestros padres nos enseñaron a defendernos solos por si acaso. Aun así, tengo poco tiempo y casi nunca lo he necesitado cuando Luciana estaba aquí. Estaba pensando contratar a una asistenta, pero decidí esperar hasta que Abril y yo nos acostumbráramos a la nueva rutina y viéramos lo que había que subsanar.

No hay comentarios:

Publicar un comentario