miércoles, 8 de abril de 2020

En Un Instante: Capítulo 11

Entró por la cocina y siguió por el pasillo que llevaba a la habitación de Luciana. Aunque su hermana galopaba como una loca, adiestraba caballos y adoraba a los perros, su dormitorio era delicado y femenino. Su cama tenía una colcha color lavanda y marrón con almohadones a juego y la ventana estaba cubierta por unas cortinas de encaje. Podría haber sido la habitación de Paula, que tenía una belleza etérea y dulce que encajaba perfectamente con la decoración de Luciana. Gimió un poco cuando le dejó la cama y él, inmediatamente, le puso uno de los almohadones debajo del brazo inmovilizado con una escayola.

—¿Mejor?

Ella abrió los ojos y miró alrededor, aunque no enfocaba bien.

—Esta no es la habitación del hotel —comentó ella con la voz ronca.

—No. Vas a quedarte provisionalmente en el rancho River Bow.

 —Tengo que hablar con la familia Alfonso —afirmó ella en tono somnoliento—. Es importante.

Todo era muy raro. ¿Qué estaba haciendo allí? ¿De qué tenía que hablar con su familia? Frunció el ceño y se apartó un poco de ella, pero ya había cerrado los ojos otra vez. No parecía nada cómoda. Se acercó y le quitó los zapatos, pero no se atrevió a más. Tomó una manta que había a los pies de la cama y la tapó hasta la barbilla. Luego, retrocedió y la miró.  Era un día muy raro y no podía dejar de tener la sensación de que algo trascendente estaba pasando. No le gustaba, sobre todo, porque no podía entenderlo. Volvió a mirarla con detenimiento y salió del dormitorio. El sol se ponía enseguida a finales de diciembre y tenía que ocuparse de sus tareas. Era un ranchero y no tenía todo el día para quedarse mirando a su misteriosa huésped, por muy preciosa que fuese.



Se despertó con la boca tan seca como el desierto de Mojave en agosto y, paradójicamente, con una necesidad apremiante de ir al cuarto de baño. Abrió lentamente los ojos e intentó adivinar dónde estaba, por qué no conocía ese cuarto. Una lámpara en la mesilla iluminaba un cuarto femenino y acogedor. En un rincón había una butaca mullida con una puerta abierta justo al lado que parecía dar al cuarto de baño. Se sentó y una oleada de dolor le recorrió todo el cuerpo. Casi todo el dolor se concentraba en la cabeza y el brazo izquierdo, pero sentía el resto del cuerpo como si se lo hubiesen molido a palos. Cuando volvió del agradable cuarto de baño, unos recuerdos vagos e inquietantes empezaron a adueñarse de ella. Estaba en River Bow, el rancho familiar de los Alfonso. Lo sabía por las paredes de troncos y la decoración general. Se había caído por las escaleras mientras recogía los restos de la boda de Luciana Alfonso.

 De repente, se acordó de Pedro Alfonso, de sus ojos verdes y penetrantes, de sus rasgos rudos, de sus anchas espaldas. Él creyó que era de una empresa de limpieza y ella había sido tan cobarde que no lo había desmentido. Recordaba haber ido en una ambulancia con un hombre que tenía las mismas facciones que Pedro y los mismos increíbles ojos verdes. El viaje desde la clínica al rancho era una mezcla borrosa de dolor, desorientación y bochorno. Recordaba también a un médico amable y un tratamiento doloroso, pero el resto estaba borroso. ¿Por qué estaba otra vez en el rancho River Bow y no en el hotel Cold Creek? ¿Cómo había acabado en esa cama sin zapatos y con un almohadón debajo del brazo? Tenía que haber sido Pedro, ¿Quién si no? Sintió una punzada en las entrañas solo de pensar que él se había ocupado de ella. ¿La había llevado adentro? ¿La había dejado en la cama? ¿La había tapado con la manta? Le costaba imaginárselo. Tenía que hablar con él antes de que todo se complicara más. No se habría metido en ese lío si hubiese tenido el valor de decirle todo cuando se presentó en su puerta en vez de dejar que el miedo a lo que pudiera pensar de ella le nublara el juicio.

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