miércoles, 15 de abril de 2020

En Un Instante: Capítulo 26

Hizo acopio de todo el dominio de sí mismo que había conseguido durante los últimos diez años y mantuvo el abrazo como una manera impersonal de ayudarla en vez de estrecharla contra él, que era lo que quería.

 —¿Ya estás bien?

Ella se sonrojó de una forma encantadora.

 —Eso creo. He debido de levantarme demasiado deprisa.

—Además, esta mañana has hecho un esfuerzo muy grande para preparar el desayuno si tenemos en cuenta que te rompiste un hueso hace menos de veinticuatro horas y que, seguramente, sigas bajo el efecto de la medicación.

 —Es verdad.

¿Podía saberse qué estaba pasándole? Estaba lesionada y dolorida y solo quería besarla para borrarle ese delicado color de las mejillas.

 —Ya puedes soltarme —murmuró ella al cabo de un momento—. Creo que ya estoy bien.

—¿Estás segura? Este suelo de azulejos es muy duro. El doctor Dalton se preguntaría qué está pasando aquí si te caes y también te rompes la cabeza.

 —Le diría que es mi torpeza habitual.

Ella sonrió y él no pudo apartar la mirada. Casi contra su voluntad, se inclinó un poco. Vió que ella contenía la respiración y abría los ojos.  También separó los labios y él supo que no había interpretado mal el movimiento que hizo para acercarse levemente. Una ráfaga de viento hizo que las ventanas retumbaran y eso bastó para que él recuperara el juicio.  Lamentándolo, le soltó lentamente los brazos para cerciorarse de que no iba a tambalearse otra vez.

 —Me fastidia dejarte, pero ¿Crees que podrás quedarte un rato sola? Menos por el viento, parece que está nevando un poco menos. Debería salir a despejar el camino de entrada para que Abril pueda volver antes de la comida.

 —Claro —contestó ella inmediatamente para disimular su expresión, aunque él pudo vislumbrar lo que le pareció un leve gesto de decepción—. Es más, si tu hija puede llegar al rancho, no habría motivo para que yo no pudiera salir en dirección contraria y volver al hotel.

Él quiso discutir e invitarla otra vez para que se quedara en el rancho a pasar las fiestas, pero, dada su disparatada reacción a ella, quizá no fuese la mejor idea.

 —Ya veremos. Tómatelo con calma y descansa un poco. Veremos cómo estás esta tarde.

Fue a recoger la ropa de abrigo que había dejado en el cuarto contiguo. Por una vez, le pareció que iba a agradecer el aire gélido. Necesitaba que algo enfriara sus pensamientos ardientes.

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