lunes, 20 de abril de 2020

En Un Instante: Capítulo 37

Dió un sorbo del delicioso chocolate e intentó sofocar la envidia que le daba esa niña. Conocía a muchos adultos que no estaba tan contentos con su vida como ella.

—Además —siguió Abril—, tengo la mejor familia del mundo. Mi papá es el papá más fantástico del mundo. Es increíble, ¿No te lo parece?

 De repente, solo pudo pensar en el momento en el que estuvo a punto de besarla allí, en la mesa de la cocina.

 —Sí, es increíble —murmuró ella.

Abril revolvió su taza de chocolate antes de sentarse enfrente de ella.

—Cuando era pequeña, estaba triste porque no tenía una mamá como tenían mis amigas. Tenía a la tía Luciana que era estupenda y me quería y todo eso, pero, algunas veces, echaba algo de menos, ¿Lo entiendes?

 Miró a esa niña encantadora con ojos verdes, pecas y capacidad para amar.

—Lo entiendo perfectamente. Mis padres se divorciaron cuando era pequeña y solo ví a mi padre algunos fines de semana.

—Yo no tuve ni eso. Mi madre se marchó y luego se murió. No lo supimos hasta más tarde. Creo que no me quería y se largó.

—Cariño, estoy segura de que eso no es verdad.

—Mi tía Luciana cree que habría acabado volviendo si no se hubiese muerto. ¿Quién lo sabe? —Abril dió un sorbo de chocolate caliente—. Creo que no era una persona buena. Sé que a la tía Luciana no le gustaba y mi papá no habla de ella.

Se preguntó si su ex esposa le habría roto el corazón a Pedro, pero era algo que no podía preguntarle a la hija de ese hombre.

—Espero que yo no sea como ella —siguió Abril con un atisbo de inseguridad que conmovió a Paula.

—Tenemos algo más en común —comentó ella en voz baja—. Mi padre tampoco era bueno. He tardado mucho en comprenderlo, pero, poco a poco, estoy dándome cuenta de que no puedo permitir que sus decisiones y su debilidad me definan a mí.

La verdad le retumbó por dentro. Hubieran hecho lo que hubiesen hecho su padre o Gonzalo, ella no tenía la culpa. Lo sabía, pero seguía sin querer contarle a Pedro sus orígenes ni sus sospechas. Abril dió un sorbo de chocolate y lo paladeó como si estuviese catando un vino.

 —¿Quieres saber algo gracioso? Algunas veces me sentía fatal porque nos había abandonado, como si yo no valiese lo suficiente para que me amara y se quedara.

El corazón se le encogió otra vez por esa confesión y porque había querido contársela.

—Cariño, sabes que eso no es verdad.

—Sí, lo sé. Se marchó por ella misma, no por mí. Además, también sé que podría haber sido mucho peor. Gabi vivió catorce años con su madre y fue una pesadilla. Está muchísimo mejor desde que su madre la dejó con Brenda y el tío David, y si no lo hubiese hecho, Gabi no sería mi mejor amiga y parte de nuestra familia.

—Es una buena manera de verlo.

—De verdad, soy afortunada. Es posible que no haya tenido una madre, pero he tenido a papá y a la tía Luciana, que es más de lo que tienen muchos niños.

Ella sonrió. Ya estaba loca por la hija de Pedro.

—Eres una jovencita asombrosa, Abril. Tus familiares sí que son afortunados por tenerte.

—Entonces, supongo que somos una familia grande, feliz y afortunada, ¿No? —preguntó Abril con una sonrisa.

Lo eran, y ella tendría que volver a su vida más bien solitaria. Intentó que eso no la deprimiera.

—Gracias otra vez por tu ayuda —siguió Abril—. Nunca habría podido terminarla para Navidad. Ahora entiendo por qué eres profesora, lo haces muy bien.

 —Es el mejor cumplido que me han hecho desde hace mucho tiempo. Gracias.

—Creo que los palitos de pan ya habrán fermentado bastante — comentó Abril mirando el reloj—. ¿Los meto ya o esperamos a papá?

—Tú lo sabrás mejor que yo.

—Creo que los meteré. Seguramente, él llegará cuando los saque del horno. Siempre parece saber cuándo está preparada la cena.

Efectivamente, la puerta trasera se abrió cuando faltaban dos minutos según el reloj del horno.

—¿Lo ves? —Abril se rió—. Te lo dije.

Un momento después, Pedro entró en la cocina sin las botas puestas y llevando consigo el olor del frío. Tenía las mejillas rojas por el viento y ella quiso envolverlo en la manta que su hija le había tejido y acurrucarlo junto a la chimenea.

—Mmm, ¿Huele a palitos de pan?

—Sí. Ya están casi hechos. Has llegado justo a tiempo, como de costumbre.

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