miércoles, 22 de abril de 2020

En Un Instante: Capítulo 45

—Sí. Además, Iván me llevó al hospital después de que me cayera.

—Es verdad. Brenda y Laura son superbuenas y tienen los hijos más monos del mundo. Agustín y Sofía son los de Iván y Laura. Agustín puede llegar a ser un poco revoltoso, pero aunque esté volviéndonos locos, nadie puede dejar de sonreírle. Sofía es muy dulce. Tiene el síndrome de Down, pero eso no impide que persiga a Alex por todos lados.

—Parecen encantadores.

—Lo son. David y Brenda tuvieron un hijo a principios de este año. Se llama Manuel Horacio, como mi abuelo. El pequeño Manu tiene unos mofletes que besarías sin parar. Todos nos peleamos para tenerlo en brazos.

Todo parecía maravilloso y perfecto. Sofocó una oleada de envidia hacia esa niña que sabía perfectamente cuál era su sitio en el mundo, que estaba rodeada de personas que la querían. Ella no sabía cómo decirle a Abril que no iba a conocer a ningún bebé con mofletes ni a sus primos monos y traviesos. Esa noche había decidido que le pediría a Pedro que le quitara la nieve a su coche de alquiler para que pudiera volver al hotel. Había dejado de nevar y el sol brillaba. Aunque la nieve parecía impenetrable, suponía que los quitanieves habrían despejado el camino hasta el pueblo. Si conducía despacio, sería capaz de llegar. Tendría que ser insistente, pero si no lo conseguía, quizá pudiera encontrar un taxi o algo así. En ese momento, estaba dispuesta a ir andando. Había ensayado una docena de argumentos durante la noche en vela. Si bien la verdad era que no quería marcharse de esa casa cálida y cómoda, sabía que era lo mejor que podía hacer. Efectivamente, tenía la extraña sensación de que River Bow era casi como su casa, pero también sabía que solo era una ilusión. Era una intrusa en las navidades de la familia Alfonso y si ellos supieran la verdad sobre sus orígenes, ninguno querría que estuviera cerca de sus hijos ni en sus fiestas. Eso era motivo suficiente para que quisiera marcharse. Si a eso le añadía la inevitable incomodidad entre Pedro y ella, ya no tenía ninguna duda de que tenía que volver a Pine Gulch.

 —Ya está. Tortitas con sirope de arándanos.

Abril dejó las tortitas en una fuente y sacó del microondas una jarra de cristal llena de sirope rojo.

—Todos los años recogemos los arándanos y Luciana y yo hacemos mermelada y sirope. Supongo que seguiremos haciéndolo en su casa nueva con Valentina y Franco. Son los hijos que tuvo Julián en su primer matrimonio. También son increíbles, pero no te había hablado de ellos porque sabía que no van a estar aquí. Han ido con ellos en su luna de miel.

—¿Se han llevado a sus hijos en su luna de miel?

—Y a la señora Michaels, su ama de llaves. Han ido a Hawái y Luciana y Julián no querían pasar las navidades sin los niños. Luego, la señora Michaels traerá a Valentina y Franco mientras ellos irán a otra isla, a Kauai, creo. No lo sé, no he estado en Hawái. ¿Tú?

—Fui con unas amigas cuando estaba en la universidad —contestó ella.

Florencia, un par de amigas y ella habían pasado cuatro días como sardinas en lata en una habitación diminuta de un hotel de Waikiki. Había sido disparatado y caótico, por no decir nada de lo caro que había sido, pero tenía muy buenos recuerdos de ese viaje.

 —Es precioso —añadió ella—. Seguro que lo pasan muy bien.

—Supongo. Valentina estaba deseando ir de compras.

Los Alfonso eran una familia extensa, maravillosa y llena de personajes interesantes. En otras circunstancias, habría disfrutado mucho con ellos, pero había cosas que no podían ser.

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