lunes, 20 de abril de 2020

En Un Instante: Capítulo 40

—Solo nosotros con Paula. A ella le gustará, ¿No crees?

Se la imaginó en el trineo con la nariz roja por el frío y los ojos brillantes.

 —Es posible que podamos organizarlo. Veré en qué estado está el trineo.

Normalmente, cuando llevaba a Abril y a sus amigas, utilizaba un carro con ruedas por caminos despejados. Cabía más gente y era más fácil para el caballo. Hacía años que no utilizaba el trineo con patines. Seguramente, a ella le encantaría.

 —¡Gracias! —exclamó ella abalanzándose sobre él para abrazarlo.

Ya tenía casi doce años y estaba muy mayor. Ya era casi una señorita. Antes de que se diera cuenta, estaría en el instituto y todos los chicos empezarían a perseguirla como moscones.

—¿Despierto a Paula? —preguntó ella.

—Parece muy cómoda junto a la chimenea. Déjala que duerma. Voy a dar una vuelta por el rancho para cerciorarme de que todo está bien seguro para este viento. La despertaré cuando vuelva.

—De acuerdo. Buenas noches, papá.

Empezó a dirigirse hacia las escaleras con Trípode en brazos y él, al verla en el sitio exacto donde había aterrizado Paula, se acordó de algo.

—Por cierto, quería preguntarte una cosa. ¿Qué te parecería que Paula pasase las fiestas con nosotros? No tiene a nadie más y me siento fatal si me la imagino pasando sola la Navidad en el hotel. Sobre todo, con el brazo roto.

—Me parecería fantástico —contestó ella con una sonrisa—. Me cae muy bien. Es estupenda.

A él también le caía muy bien, quizá, un poco demasiado bien.

—Estoy intentando convencerla, pero ella parece pensar que se mete donde no la llaman. A lo mejor podrías ayudarme a convencerla de que tenemos mucho sitio y de que nos encantaría su compañía. Solo estaremos los tres durante casi todas las fiestas, hasta la cena en casa de Iván el día de Navidad. Además, sé que a Laura no le importa poner otro plato.

—Intentaré convencerla. Sería muy divertido que se quedara. A mí no me gustaría quedarme sola en Navidad…

—¿Con quién hablarías si estuvieses sola? —bromeó él.

—Ja, ja —ella hizo una mueca—. Buenas noches, papá. Te quiero.

—Yo también te quiero.

La observó subir las escaleras con sus absurdas zapatillas del reno Rudolph y volvió al cuarto contiguo a la cocina para ponerse otra vez la ropa de abrigo.


 Lo que había esperado que fuese un paseo de quince minutos para cerciorarse de que todas las puertas y contraventanas estaban bien atrancadas, se convirtió en una hora cuando tuvo que clavar unos tablones de la ventana del establo que había arrancado una rama caída.  Agradeció el calor de la casa y el olor a chimenea cuando volvió. Le dolían los huesos por el frío y el día interminable. Le encantaba River Bow y siempre había querido ser un ranchero como su padre, pero esos días eran muy arduos y, desgraciadamente, bastante habituales. Aun así, no podía quejarse. Hacía exactamente lo que quería con su vida, algo que muy poca gente podía decir. Estaba muy orgulloso de lo que había logrado con River Bow durante los doce años anteriores. El rancho siempre había sido próspero, algo muy meritorio en la inestable economía agrícola, pero su padre había sido tradicional, incluso un poco comedido. Él, mediante algunos cambios innovadores, había conseguido doblar las cabezas de ganado y triplicar los beneficios. El rancho era suyo a todos los efectos. A sus hermanos les encantaba River Bow, pero ninguno estaba interesado en llevarlo. Luciana, antes de que conociera a Julián el año anterior y hubiese empezado a prepararse para ser veterinaria, había adiestrado caballos y perros y había ayudado siempre que había hecho falta, pero nunca había sido su pasión. Él era el responsable del éxito o del fracaso y eso era lo que le gustaba, aunque supusiera días tan agotadores como ese.

No hay comentarios:

Publicar un comentario