viernes, 3 de abril de 2020

En Un Instante: Capítulo 3

Paula entendió entonces lo que quería decir la palabra «patidifusa». Después de que Pedro Alfonso, al menos ella suponía que era él, la hubiese dejado acompañada por un perro con tres patas, se había quedado inmóvil en el imponente salón de la casa del rancho River Bow mientras intentaba respirar y entender lo que acababa de pasar. Eso no había salido como había previsto. No sabía muy bien qué había esperado, pero no había podido imaginarse que ese hombre la confundiría con otra persona. Estaba con las manos en los bolsillos y mirando al perrito, que también la miraba con curiosidad, como si se preguntara qué iba a hacer ella.

—A mí también me encantaría saberlo —comentó ella en voz alta.

 La opresión en el pecho que empezó a sentir hacía una semana se hizo más intensa. Debería haber salido detrás de ese hombre para explicarle que se había confundido. No era de un equipo de limpieza. Había volado desde California para hablar con él y sus hermanos, aunque habría preferido estar en cualquier otro sitio. Tomó aliento y se clavó las uñas en las palmas de las manos. La voz de su conciencia la apremiaba para que fuese a buscar al atractivo y rudo ranchero, pero estaba petrificada y con la mirada clavada en una pared con pinturas enmarcadas, entre las que destacaba la de una pareja mayor abrazada. Cerró los ojos. Cuando volvió a abrirlos, miró alrededor y vio los tres sofás enormes y las lámparas hechas con cuernas. Desde luego, él necesitaba ayuda. A juzgar por el desorden, la boda de Luciana tenía que haber sido una fiesta por todo lo alto. ¿Por qué no podía ayudarlo? Se había quedado con la impresión de que era un hombre duro e inflexible, aunque no sabía por qué estaba tan segura. Si lo ayudaba a ordenar un poco su casa, quizá estuviese más dispuesto a escucharla sin prejuicios.

Era una profesora acostumbrada a lidiar con veinticinco alumnos de seis y siete años y también estaba acostumbrada a ordenar auténticos caos. Eso no era inabarcable. Además, tampoco tenía prisa en perseguirlo. Prefería posponer todo lo posible el contarle lo que había encontrado en aquel almacén. Además, aunque le fastidiara reconocerlo, ese hombre la aterraba. Era demasiado grande. Era un ranchero musculoso de casi dos metros y con un rostro que parecía esculpido en granito. Impresionante, sí, pero inaccesible. No había sonreído lo más mínimo, aunque tampoco podía reprochárselo si creía que era una limpiadora que había llegado tarde. Le aterraba pensar lo que diría cuando supiera por qué había ido al rancho.  ¿Qué tenía da malo limpiar la casa durante un par de horas? Después, se reirían por el malentendido e, incluso, él podría recibir mejor lo que tenía que decirle. Era una buena idea. Intentó convencerse de que solo estaba siendo amable, de que no era una pusilánime.

Se quitó el chaquetón, lo colgó en el perchero que había junto a la puerta y se alegró de que, después de pensárselo mucho, se hubiese puesto los vaqueros y un jersey de lana. Aunque le encantaba ese jersey, la lana le picaba un poco y también se había puesto una camiseta blanca de manga larga. S quitó el jersey, se remangó la camiseta y fue a la cocina a buscar los útiles de limpieza.  El espacio, grande y bien pensado, estaba reluciente. Fue al cuarto contiguo, que tenía baldas, armarios y un banco para quitarse las botas. Vió un par de botas de hombre sobre un charco de nieve derretida. Las tomó, las dejó en otro sitio y secó el charco. Abrió uno de los armarios y encontró los útiles de limpieza en una caja de plástico. La sacó y volvió al salón. Primero recogería todos los restos y luego limpiaría las superficies y los cuartos de baño. Empezó a recorrer el salón recogiendo cosas y se preguntó cómo sería la familia Alfonso. Sabía algo porque había investigado un poco por Internet después de haber encontrado el almacén que la había llevado allí, pero se enteró de más cosas la noche anterior, cuando llegó a Pine Gulch, Idaho, gracias al ligón estudiante universitario que trabajaba como recepcionista del hotel Cold Creek, donde se alojó esa noche. Por ejemplo, se enteró de que ese acogedor hotel era propiedad, casualmente, de la esposa de Iván, uno de los hermanos Alfonso. También se enteró de que los Alfonso eran cuatro hermanos. Pedro, el rudo e implacable ranchero que acababa de conocer, era el mayor. Lo seguían Iván y David, jefes de bomberos y de policía de Pine Gulch respectivamente. La menor era Luciana, la hermana que se había casado el día anterior para desgracia del recepcionista, quien, según dedujo ella, había estado enamorado en secreto de Luciana Alfonso, ya Cladwell.

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