miércoles, 29 de abril de 2020

En Un Instante: Capítulo 57

—Estos días, has conocido algunas de las tradiciones navideñas de los Alfonso, ¿Qué me dices de las tradiciones navideñas de los Chaves?

Ella se quedó rígida y con la taza de chocolate a medio camino de la boca.

 —¿Qué puedo decirte? —preguntó ella en un tono defensivo que él no se había esperado.

 —Tengo curiosidad, nada más. Me he dado cuenta de que no sueles hablar de tí misma. Es difícil llegar a conocerte cuando no cuentas gran cosa.

 —Ya te he contado que mis padres se divorciaron cuando era pequeña y que… no tuve mucha relación con mi padre.

—Sí. Lo siento.

 —Yo he podido ver, por cómo has honrado la Biblia de tu padre, que lo echas mucho de menos. El mío murió solo hace unos meses y no lo echo nada de menos. ¿Eso me convierte en una persona espantosa?

—Eso te convierte en una persona normal, Paula. No lo conocías. No puedes llorar a alguien solo porque tengas su ADN.

Ella se quedó quieta y agarrando el borde de la manta que tenía sobre los pies.

—Si lloro alguna pérdida, es la de la fantasía de haber tenido un padre bueno y cariñoso que quería lo mejor para mí. El tipo de padre que tú eres para Abril.

 Se le formó otro nudo en la garganta por el conmovedor halago que acababa de hacerle y por todo lo que no había tenido en su infancia.

 —¿Y tu madre? —insistió él—. ¿Tenías algunas tradiciones con ella?

 —Íbamos a la iglesia todas las nochebuenas. No recuerdo mucho aparte de eso, pero sí puedo decirte que nunca me había emocionado tanto en un servicio religioso como me he emocionado cuando has leído ese fragmento del Evangelio.

 Ella lo miró con delicadeza y él notó que algo se despertaba en su pecho, como si alguien le hubiera encendido cien árboles de Navidad por dentro. Estaba enamorándose de esa mujer que trataba a su hija con tanta amabilidad. No temas. La breve frase escrita por su padre le apareció en la cabeza. No temas. Estaba seguro que eso no era lo que quería decir su padre, ni los ángeles en el portal de Belén, pero le daba igual. Tomó sin miedo la taza de ella, la dejó en la mesilla que tenía a su lado, y se inclinó para deleitarse con esa boca dulce y suave que lo había hipnotizado todo el día.


Ella sabía que no debería estar haciendo eso, pero besar a Pedro Alfonso era una felicidad irresistible y no podía reunir fuerzas para dejar de hacerlo.

 —He pasado todo el día pensando en besarte otra vez —dijo él en voz baja y sin apartar los labios de los de ella.

Ella se estremeció. El cariño hacia ese hombre sólido, inalterable, rudo y dulce a más no poder aleteó dentro de ella como un pájaro diminuto y frágil. Toda su vida había soñado con un hombre como él. Un hombre que la respetara, que apreciara sus puntos fuertes y que la amara a pesar de sus puntos débiles. ¿Cómo iba a haber podido imaginarse que lo encontraría allí y que tendría que marcharse antes de haber tenido la oportunidad de paladear plenamente esa maravilla inesperada? Le devolvió el beso y volcó en él todas las emociones que no podía decirle. Olía muy bien, a jabón y a algún tipo de loción para después del afeitado natural, y sabía mucho mejor, a chocolate y menta. El brazo con la escayola le molestaba, aunque él tenía mucho cuidado en no tocárselo, y deseó no tener que preocuparse por él. Se olvidó de ese pensamiento en cuanto lo tuvo. Nunca se había imaginado que se alegraría tanto de haberse roto un brazo. Si no se lo hubiese roto, habría dejado el cuadro y habría vuelto a San Diego para organizar la entrega del resto de la colección. Nunca habría conocido a Pedro o Abril más allá que como a unos desconocidos que se encuentran. Nunca habría descubierto lo atractivo que le parecía un hombre que se preocupaba profundamente por su hija y que intentaba hacer lo mejor por ella en unas circunstancias complicadas. El día que se presentó en la puerta, no pudo imaginarse ni remotamente que disfrutaría de la Navidad más feliz de su vida en compañía de un ranchero rudo y de su irresistible hija.

No hay comentarios:

Publicar un comentario