lunes, 27 de abril de 2020

En Un Instante: Capítulo 52

—No conocí a tus padres, pero sí he conocido a algunos de tus familiares. Según lo que he llegado a saber de Ana y Horacio desde que llegué a Pine Gulch, creo que ellos sabían que los amabas. Me da la sensación de que eran unas personas dispuestas a perdonar. Estoy segura de que las cosas habrían acabado solucionándose.

Él tomó una bocanada de aire, lo soltó lentamente y le tomó la mano. Aunque llevaban guantes, el contacto le pareció profundamente íntimo.

 —Tienes razón. Habrían hecho un esfuerzo para aceptar la situación en cuanto se hubiesen enterado de que esperábamos un hijo.

 —¿No supieron nada de Abril?

 —No. Debería habérselo dicho, pero estaba muy furioso por su reacción contra Melina. No quería oírles decir que nos habíamos casado por el motivo equivocado. Había pensado venir en fiestas para decírselo, pero estaba demasiado enfadado después de la discusión, sobre todo, con mi padre. Abril nació seis meses después de que murieran. Me gustaría que hubiesen podido conocerla.

—Lo siento.

 Él la miró y un cariño suave y lustroso como una flor de Pascua brotó dentro de ella. Estaba enamorándose de él. Eso no cayó sobre ella como una avalancha devastadora y aterradora, fue como un copo de nieve esponjoso y delicado al que siguió otro y otro más. Tragó saliva. Eso era muy inesperado. No podía pensar ni respirar. Enamorada… ¿Cómo podía estar enamorada de él si acababa de conocerlo? El sentido común le decía que estaba loca, pero no podía debatir con ese cariño que se adueñaba de ella. El corazón se le haría mil pedazos cuando se marchara de Pine Gulch. Le gustaba su vida en San Diego, sus alumnos, salir a cenar con los amigos y montar en canoa por la bahía Mission, pero en ese momento, en esa Nochebuena gélida, la idea de volver a su vida le parecía desoladora.

 —¿Qué pasa? —le preguntó él con delicadeza.

—¿Por qué lo preguntas?

—No sé… Parecías abatida. ¿Es por el brazo? ¿Te duele con tanto frío?

—Un poco —contestó ella aprovechando la excusa.

—Hoy has hecho demasiados esfuerzos. Una persona que se rompió el brazo hace dos días no debería hacer galletas y envolver regalos.

 «Envolver regalos» era una exageración para describir que, torpemente, había envuelto unas cositas que había conseguido encontrar en su equipaje para regalárselas a los dos.

 —Ha sido un día maravilloso, Pedro. Gracias por permitirme pasarlo con ustedes.

 —Nosotros deberíamos agradecértelo a tí. Esas galletas de canela están buenísimas. Me alegro de que queden algunas. Volveremos al rancho en cuanto vuelva Abril. Las patatas que han metido en el horno ya estarán hechas y yo no tardaré nada en hacer las chuletas. Luego, podrás descansar un poco.

 Ella no quería descansar. Dentro de unos días estaría otra vez en la costa soleada del California del Sur y todo eso le parecería un sueño muy distante. Quería paladear cada instante. Como si lo hubiese preparado, Abril salió con una cesta llena de cosas y Pedro se rió.

—Así es Ruth. Seguramente, creerá que Abril y yo nos moriremos de hambre sin Luciana. No sabe que tenemos los restos de la boda y la comida que nuestra hermana nos ha dejado en el congelador, que nos durará tres meses.

No hay comentarios:

Publicar un comentario