viernes, 24 de abril de 2020

En Un Instante: Capítulo 49

Dentro de unos días, ella volvería a San Diego, a su vida y a sus alumnos, y él se quedaría con la cruda realidad de un invierno solitario en Idaho. Intentó convencerse de que la punzada que había sentido en las entrañas solo era el hambre que saciaría enseguida con un par galletas.

 Abril se quitó antes la ropa de abrigo y fue corriendo a la cocina. Cuando él llegó, las encontró, a su hija y a la mujer que estaba empezando a ser demasiado importante en su vida, en el mueble central con las cabezas juntas. Ella le sonrió vacilantemente, con una incertidumbre deliciosa. La punzada en las entrañas fue más intensa todavía. Quizá necesitara tres galletas.

—Hola. ¿Qué tal ha ido todo?

—Hemos derrotado a la tormenta, ¿Verdad, papá? —contestó Abril por los dos.

—Algunas veces parece que nunca vas a terminar de quitar nieve, pero creo que el trabajo está terminado por el momento. ¿Qué tenemos en el horno?

 —Galletas con canela. Las hago todos los años con mis alumnos y he tenido un arrebato. Espero que no te importe.

Él también tuvo muchos arrebatos de repente. Quiso dar vueltas con ella entre los brazos. Quiso besarla para quitarle la harina de la mejilla. Quiso besar sus labios cálidos y suaves…

—No —replicó él con la voz un poco ronca—. No me importa lo más mínimo.

 —¿Puedo comerme una? —preguntó Abril.

—Claro —contestó Sarah con una sonrisa.

Ella le dió una a la niña y luego tomo otra para él.

 —¡Está buenísima! —exclamó Abril.

 —¿Me ayudarás a terminar de hacerlas? —le preguntó ella—. Me temo que he hecho más masa de la que podemos comernos nosotros tres. Es posible que tengamos con congelar un poco.

—Podemos llevar unas galletas cuando vayamos mañana a casa de Iván —propuso él.

 —De acuerdo. Debería haber bastantes. Me temo que estoy acostumbrada a cocinar para veinticuatro niños y sus familias.

—También podríamos llevar algunas a casa de los Hall —intervino Abril—. Estoy segura de que este año estarán un poco tristes sin Ariel, ¿No crees, papá?

Él sonrió conmovido por la bondad de Abril. Luciana le había enseñado a pensar en los demás.

—El hijo único de nuestros vecinos está terminando su período médico residente en Utah —le explicó él—. Su esposa espera un hijo para dentro de unas semanas y no pueden viajar. Los Hall, por su parte, tienen problemas de salud y tampoco pueden viajar fácilmente, de modo que están esperando a que nazca el bebé para verse. Están tristes por tener que pasar las fiestas solos.

 —Entonces, les llevaremos unas galletas —afirmó ella tajantemente—. Les alegrará un poco.

 —¿Podemos llevar algunas a esa familia tan simpática que ha ido avivir a casa de Mario?

—Verás, este años hemos estado tan ocupados con la boda que no hemos hecho ningún regalo a nuestros vecinos. Estas galletas son una idea muy buena. ¿Qué os parece que lo hagamos todo a la vez? Podemos montar en trineo y repartir las galletas de paso.

 Paula y Abril lo miraron con unos ojos tan resplandecientes que se sintió como si midiera ocho metros.

—¡Eso sería perfecto! —exclamó Paula—. Me encanta.

—Papá, tú sí que tienes las mejores ideas.

 —Hago lo que puedo.

—¿Podemos ir cuando haya anochecido para ver las luces? — preguntó Abril.

 —Podemos ir con el crepúsculo. Dentro de un par de horas. Luego, podemos volver para asar las chuletas.

—¿Chuletas? —preguntó Paula.

—Es otra de las tradiciones familiares de los Alfonso. Mi padre siempre encendía la parrilla en Nochebuena. Mi madre asaba un pavo enorme para Navidad, pero siempre cenábamos chuletas en Nochebuena. Supongo que era una manera de celebrar que había pasado otro año con la explotación ganadera dando beneficios.

 —Ya se me está haciendo la boca agua —dijo ella.

A él también se le hacía la boca agua cuando ella le sonreía así de delicada y cercanamente.

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