viernes, 17 de abril de 2020

En Un Instante: Capítulo 31

Un tiempo después, el ruido de un portazo se abrió paso entre el sueño delicioso de una mujer con el pelo color caoba, los ojos azul grisáceo y una boca delicada y ávida…

—¡Papá! ¡Ya estoy en casa!

Se despertó completamente en el momento en que su hija entraba con la vitalidad de un potrillo. Parpadeó varias veces. No podía haberse quedado dormido. Nunca dormía siestas. Sin embargo, el fuego se había apagado y notaba los párpados pesados. Sí se había dormido un rato. Abril se quedó mirándolo con cierta sorpresa por verlo sentado en un sofá y, aparentemente, sin hacer nada.

—¡Hola, papá!

—Hola.

Se levantó y volvió rápidamente al recibidor para que su huésped pudiera seguir durmiendo. Abril lo siguió y dejó la mochila en una silla.

 —No puedes imaginarte cómo están las carreteras. El tío David ha tenido que conducir a cinco kilómetros por hora hasta aquí.

—¿De verdad?

En ese momento, David entró con una maleta que no conocía y con Gabi detrás, quien llevaba un misterioso recipiente de plástico con un contenido igual de misterioso.

—Creía que no iba a verlos hoy. Temía que no pudieran llegar por la nieve.

—Hay mucha más aquí que en el pueblo. Además, allí no hay viento —le explicó su hermano—. En cualquier caso, ¿Qué es una ventisca si tienes un todoterreno y dos niñas insistentes?

Gabi y Abril se rieron, algo que hacían mucho cuando estaban juntas. A él no le importaba. ¿Qué iban a hacer si no las niñas de su edad?

 —Siento haberte hecho conducir por la nieve, tío David —dijo Abril—. Es que tengo que hacer muchas cosas antes de Navidad, ¿Sabes? Solo quedan dos días. ¿Puedes creértelo? Ahora que hemos terminado… lo que estábamos haciendo en tu casa, quería venir aquí para terminar el resto. No quería que estuvieses solo ahora que la tía Luciana está de luna de miel.

—No estoy solo…

Él iba a explicárselo, pero Abril ya estaba mirando a algo que había en el salón. A Paula, quien se había sentado y estaba mirando alrededor con el pelo revuelto y una expresión somnolienta.  Estaba deliciosa, sobre todo, cuando se sonrojó un poco al darse cuenta de que todos estaban mirándola.

—Hola —los saludó con la voz ronca por el sueño.

Pedro tuvo que tragar saliva por la oleada de calor que lo abrasó por dentro. Hizo lo que pudo para no hacer caso de la ceja arqueada de David. Algunas veces, los hermanos pequeños eran una pesadilla.

—Siento que te hayamos despertado. Son mi hermano David, mi hija Abril y Gabi, la cuñada de David. Ella es Paula Chaves.

Paula se metió los pies debajo de la manta.

—Hola —volvió a saludarlos con una sonrisa nerviosa.

Su familia podía ser abrumadora, pero, al menos, estaba conociéndola poco a poco.

—Hola, Paula —la saludó Gabi con jovialidad—. ¿De verdad te has roto un brazo al caerte por las escaleras?

Paula levantó la escayola con una expresión de bochorno.

—¿Puedes creerte que alguien sea tan torpe?

—¿Te duele mucho? —preguntó Gabi—. Yo me torcí la muñeca en el colegio y me dolió una barbaridad. No pude usarla durante dos semanas. Me pusieron una escayola y todo. Me libré de cuatro exámenes porque no podía escribir y eso fue increíble.

—Por eso no te quejaste mucho —comentó David poniendo los ojos en blanco—. Y yo que había creído que estabas siendo valiente…

—¡Lo era! Todavía me duele una barbaridad.

David se rió y la empujó con un hombro. La quería como a una hija y eso le emocionaba a Pedro cuando lo veía. No sintió la misma emoción cuando su hermano se dirigió a Paula.

 —Pedro me contó anoche que has traído un cuadro a Pine Gulch y que quieres devolverlo a la familia.

—Mmm… Sí. Eso tengo pensado.

Ella se miró las manos. Evidentemente, estaba incómoda por la dirección que había tomado la conversación.

—Es un gesto muy generoso. No es una obra maestra ni mucho menos, pero sí es una pintura valiosa, sobre todo, por su historia. ¿Sabías que la obra de nuestra madre está empezando a alcanzar las cinco cifras?

—No me extraña —murmuró ella señalando a uno de los cuadros favoritos de Pedro, uno que había podido comprar hacia unos años—. Tenía un don especial.

 —Y, aun así, quieres dárnoslo aunque seamos unos completos desconocidos.

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