lunes, 27 de abril de 2020

En Un Instante: Capítulo 51

 —Me encanta cómo decoran sus casas sus vecinos.

—La verdad es que somos una comunidad bastante festiva — comentó él—. Abril, ¿Cuántos platos de galletas quedan?

Ella miró a la fila de asientos que tenían detrás.

—Uno. Estaba pensando que podíamos dárselo a la señora Thatcher. Siempre ha sido muy buena conmigo —le explicó Abril a Paula—. La última vez que despejé su camino, intentó darme cinco dólares aunque le dije que no quería nada a cambio. No acepté su dinero, pero ¿Sabes qué? Me mandó por correo electrónico una tarjeta de regalo por valor de quince dólares. ¿No te parece increíble?

 —Maravilloso —contestó ella conmovida por lo bien que se llevaban en Pine Gulch.

Ella conocía a algunos de sus vecinos del edificio de San Diego, pero ese espíritu de comunidad le resultaba completamente ajeno. Avanzaron un poco más y Pedro detuvo a Bob. Abril tomó el plato de galletas y se bajó.

—Ahora vuelvo.

Sin el parachoques de la niña, Paula y Pedro se quedaron en un silencio solo roto por el viento en los árboles. Observaron a Abril, que estaba llamando a la puerta, y, un instante después, una mujer mayor, de aspecto elegante y con el pelo cuidadosamente peinado abrió la puerta.

—Me temo que querrá que nosotros también entremos —comentó Pedro—. No te preocupes, buscaré alguna excusa.

 —No puedo imaginarme ser amiga de todos mis vecinos. Te encantará vivir aquí…

 Aunque quedaba el hueco de Abril entre los dos, ella notó que el aire vibraba cuando él se encogió de hombros.

—Sí, casi todo el tiempo. La verdad es que no he conocido otra cosa.

—¿De verdad? ¿No has estado en ningún sitio más?

—Bueno, iba y venía al colegio, aunque hice gran parte de los cursos por educación a distancia. Conocí a la madre de Abril mientras trabajaba en un rancho de Livingstone, Montana. Pasé un año allí.

Él miró las estrellas y ella se preguntó qué estaría pensando. ¿En amores de otros tiempos? ¿En personas que había conocido y perdido? ¿En otras noches estrelladas?

—No me habría quedado tanto tiempo, pero las cosas se complicaron con mis padres cuando me casé. A ellos nunca les gustó Melina. Era demasiado urbana y suponían que nunca sería feliz en un rancho. Tenían toda la razón.

 —Vaya, lo siento —dijo ella con delicadeza.

—Nos peleamos con acritud justo una semana antes de que murieran y… y dije cosas que todavía me obsesionan. Ellos querían que ese año pasáramos las fiestas aquí para que pudieran conocer mejor a Melina. Yo me negué y dije que ya era demasiado tarde para reconciliarse, que si no podían aceptar mi matrimonio, podían pasar las navidades en el infierno. Sí, fui un majadero.

 Él se quedó en silencio mirando las estrellas y ella dominó las ganas de taparlo con la manta para intentar darle algo de calor a esa expresión gélida.

—No puedo soportar saber que murieron con esa acritud entre nosotros, creyendo que los odiaba —añadió él en voz baja.

 Un dolor profundo y punzante le atravesó el pecho, por el dolor de él y por lo bien que lo entendía. Alargó una mano y se la colocó sobre el brazo. Pudo notar sus músculos en tensión a pesar del grueso forro del chaquetón.

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