lunes, 20 de abril de 2020

En Un Instante: Capítulo 38

—Desde luego, eres la mejor hija del mundo.

Se inclinó, la besó en la mejilla y ella soltó un alarido.

—¡Ay! ¡Eres un bloque de hielo! ¡Tienes heladas hasta las pestañas!

—Está formándose una tormenta de mil pares de demonios.

Él fue hasta el fregadero y abrió el grifo de agua caliente para lavarse las manos.

—¿Has conseguido arreglar la calefacción del tractor? —le preguntó Paula.

—No funciona al cien por cien, pero tampoco suelta aire frío. ¿Qué tal tu brazo?

 —Está mejor.

—¿Y la cabeza?

 —Lo mismo. Creo que podría arreglármelas sola.

—Lo siento, pero me temo que esta tarde no vamos a ir a ningún lado salvo que enganche un trineo o te lleve en una moto de nieve, y nada de eso sería muy agradable con esta ventisca.

—¡Quédate a dormir! —exclamó Abril—. Después de cenar podemos tostar malvavisco en la chimenea, comer palomitas y ver una película de Navidad con el pijama puesto.

La idea era muy tentadora con esa tormenta que aullaba fuera. Tenía que reconocer que la presencia de Abril había conseguido que se sintiera menos atrapada.

 —Los Alfonso pueden ser muy insistentes —comentó ella entre risas.

Pedro le sonrió y ella se alegró de ver que sus mejillas empezaban a recuperar el tono bronceado. Era increíblemente guapo. Tenía unas pestañas muy largas y unos surcos en las mejillas que nunca llamaría hoyuelos. Le fascinaba la firmeza de su mentón y su boca expresiva. Volvió a mirarlo y vio que la miraba con una expresión que solo podía ser de voracidad. Se estremeció y miró hacia otro lado.

 —La cena está casi preparada, pero tienes tiempo para ducharte y entrar en calor.

Su hija lo dijo como una pequeña gallina clueca y Sarah tuvo que sonreír.

 —Es lo que haré. Gracias, cariño.

Pedro dió un beso en la coronilla a Abril, sonrió a Paula y salió de la cocina dejándola con la cabeza llena de todo tipo de imágenes muy inadecuadas.  Agua humeante… Piel… Músculos… Dió un sorbo de chocolate, pero no consiguió enfriar su imaginación calenturienta.  Él no recordaba habérselo pasado mejor. Primero comieron un guiso delicioso con palitos de pan crujientes y recién hechos con queso parmesano. De postre tomaron helado y algunos pasteles que habían sobrado de la boda. Luego, mientras la tormenta aullaba y la nieve golpeaba en las ventanas, lo cual solía ser una auténtica pesadilla, Abril, Paula y él, con el perrito de Julián Cladwell, se sentaron en el cuarto de estar con la estufa llena de leños crepitantes para ver Elf, la película navideña que más le gustaba a Abril. Él siempre había preferido Milagro en la calle 34 o Una historia de Navidad si quería reírse, pero su hija se había empeñado en ver Elf aunque ya la había visto tres veces, como mínimo, durante esas vacaciones. A él le daba igual. En ese momento, estaba feliz de estar caliente, con un cuenco de palomitas y con dos mujeres preciosas. Se puso a ver la absurda y encantadora película de un elfo enorme que quería inspirar un poco de espíritu navideño al aguafiestas de su padre en medio del ajetreo de Nueva York. Como siempre, tuvo que sonreír cuando Abril  repetía sus diálogos favoritos y se reía siempre en las mismas escenas. Aunque hizo lo posible, tampoco pudo dejar de mirar de soslayo a Paula durante toda la noche. Estaba sentada en el sofá al lado de su hija y con el brazo roto encima de un almohadón. Cuando sonrió por la película, él sintió como si un rayo de sol hubiese entrado por la ventana y hubiese ido a parar sobre sus hombros. Notaba una inesperada sensación de satisfacción. Las noches de invierno estaban hechas para los momentos como ese; la tranquilidad cálida y acogedora de estar seco, cómodo y a salvo mientras los elementos rugían y se desataban fuera. Era un hombre increíblemente afortunado.

No hay comentarios:

Publicar un comentario