viernes, 17 de abril de 2020

En Un Instante: Capítulo 32

Ella miró fugazmente a Pedro y se sonrojó. Él interpretó que no lo consideraba un completo desconocido. Eso estaba bien, sobre todo, cuando había estado a punto de besarla hacía unas horas.

—No estaría bien que me lo quedara. El cuadro nunca ha sido mío —replicó ella sin inmutarse—. No sé bien cómo lo consiguió mi padre, pero creo que su familia tiene todo el derecho a reclamarlo. Sobre todo, por esa historia de la que has hablado.

—Es algo muy excepcional. No creo que haya mucha gente que esté de acuerdo. Para la mayoría, la posesión es el noventa por ciento del derecho.

—Estarás de acuerdo, jefe Alfonso, que el derecho y la moralidad pueden ser dos cosas muy distintas.

Ella lo dijo en el mismo tono inalterable y David la miró como si estuviera sopesando cada sílaba y cada gesto. Él, por su parte, sabía que ella estaba cada vez más incómoda y, de repente, tuvo ganas de decirle a su hermano que se largara de allí.

—¿Y de verdad no tienes ni idea de cómo lo consiguió tu padre? — insistió David.

—Pasé muchos años distanciada de mi padre antes de que muriera.

—Y, aun así, te dejó un cuadro que podría ser valioso.

—Sí —confirmó ella en tono tenso.

—Está en mi despacho —intervino Pedro, harto—. Ven a verlo.

Lo dijo en un tono imperativo que su hermano no podía pasar por alto. David lo siguió a regañadientes. Él sabía que su hermano quería seguir indagando cómo había llegado el cuadro a manos de su padre, pero no iba a permitir que atosigara a Paula. Ese instinto de protección hacia ella lo sorprendió y alarmó en la misma medida, pero se dijo a sí mismo que haría lo mismo por cualquiera. El cuadro seguía en su sitio de honor y captó el momento preciso cuando David lo  vió. Los rasgos curtidos de su hermano se suavizaron por la emoción y se acercó hasta quedarse justo delante. Pasó un dedo por el marco como si no pudiera creerse que había recuperado ese trozo de ella después todo esos años.

—Recuerdo el día que mamá lo empezó —comentó David en voz baja—. Fue una tarde que estábamos todos de picnic en el lago Winder. ¿Te acuerdas? Probablemente, Iván y yo no habíamos cumplido los diez años y tú tendrías unos doce. Papá, Iván y tú se fueron a pescar, pero a mí me dolía la tripa y creo que estaba enfadado con Iván por algo, como de costumbre, y me quedé con mamá y Luciana —hizo una pausa y pasó la yema de un dedo por una pincelada—. La observé mientras hacía un montón de bocetos de Luciana que eran iguales que esto, pero menos pulidos. Me acuerdo de que también me hizo algunos a mí. Siempre me parecía un milagro que pudiera dar vida a alguien en un papel y solo con un lápiz.

—Tenía un don. Es una pena que no nos lo transmitiera a ninguno de nosotros.

—Yo espero que mi hijo lo haya heredado. Solo tendrá seis meses, pero te aseguro que tiene mucho ojo para el color.

Pedro sonrió por el evidente amor que se reflejaba en la voz de David cuando hablaba de Manuel o Gabi. Era un poco raro ver a sus hermanos en esos papeles tan familiares, pero estaba muy orgulloso de los padres que habían llegado a ser, seguramente, porque habían tenido el magnífico ejemplo de Horacio Alfonso. Tenía cierta gracia que esos gemelos indomables hubiesen sentado la cabeza y se hubiesen convertido en unos padres de familia. David y Brenda, su esposa, se habían hecho responsables de Gabi antes de casarse e Iván, por su parte, hacía un año que había adoptado legalmente a los dos hijos que su esposa Laura había tenido en su primer matrimonio, el travieso e incansable Agustín y la pequeña y encantadora Sofía.

 —Luciana va a llorar a mares cuando lo vea. Lo sabes, ¿Verdad?

—Sí, claro, como una Magdalena. Había pensado que nosotros tres podríamos dárselo como un regalo atrasado de boda.

—Es una idea fantástica —dijo David—. Estoy seguro de que Iván estará de acuerdo.

 —Es maravilloso haberlo recuperado, ¿Verdad? Reconócelo.

—Nunca dije que no lo fuera —su hermano frunció el ceño—. Estoy tan contento de verlo como tú, pero si supiésemos cómo lo consiguió el padre de esa mujer, estaríamos más cerca de resolver el caso y de que los asesinos estuvieran en manos de la justicia. Incluso una pista mínima, un nombre, un recibo, una transferencia, podría llevarnos en una dirección nueva.

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