lunes, 27 de abril de 2020

En Un Instante: Capítulo 55

—Papá… —ella puso los ojos en blanco—. ¡Tengo once años y medio!

 —¿Y…? ¿Crees que hay reglas distintas para niñas listillas que se creen muy mayores?

 —Eres bobo —replicó ella con una sonrisa y levantándose del sofá— , pero estoy cansada y creo que me acostaré. ¿Vamos a leer la historia de Navidad antes?

—¿Por qué no te pones el pijama y luego la leemos en el salón junto a la chimenea y el árbol?

 —Trato hecho.

 Salió corriendo del cuarto con la misma energía que ponía en todo.

—Siempre leemos la historia en el evangelio según san Lucas —le explicó él a Paula cuando se quedaron solos—. Era una tradición de mis padres. No tienes que quedarte si no quieres.

 —Abril y tú están creando sus propias tradiciones. Puedo irme a la cama si quieres leerla solo con tu hija.

—En absoluto. Ven, puedes ayudarme a echar unos leños al fuego.

Aunque sabía que tocarla no era una buena idea, la cortesía más elemental le obligó a tenderle una mano para ayudarla a levantarse. Cuando se levantó, se quedaron tan cerca que podía notar la caricia de su aliento. Ella lo miró y a él le pareció captar algo brillante y cariñoso.

 —Paula…

Fuera lo que fuese a decir, se le quedó en la garganta ahogado por el deseo de besarla. Ella se inclinó y le rozó el pecho con sus senos, con los labios levemente separados y con el pulso palpitándole en la base del cuello. Esa vez no iba a apartarlo. Podía llamarse arrogancia masculina o instinto, pero lo sabía con certeza. Fue a besarla, pero cuando sus bocas iban a encontrarse, oyeron unos pasos apresurados en el pasillo.  Se separó justo cuando Abril entró a toda velocidad.

—Ya estoy —anunció la niña con orgullo —. Me he cambiado en un tiempo récord, ¿Verdad?

—Dolorosamente deprisa —murmuró él—. Tanto que no he tenido tiempo de avivar la chimenea.

 Paula dejó escapar un sonido muy leve que podría haber sido burlón o de decepción.

—También tengo que ir a por la Biblia de mi padre, que está en la alacena del comedor —siguió él.

—Yo iré. Sé dónde está. La ví cuando ayudaba a Luciana a buscar unas cosas para la boda. Ustedes aviven el fuego —les ordenó Abril.

—A sus órdenes.

A él le parecía que eso era precisamente lo que habían estado haciendo y le gustaría retomarlo donde lo habían dejado, pero, evidentemente, no era el mejor momento. Fue al salón, donde las luces del árbol iluminaban la habitación con mil colores. Ella lo siguió y se sentó en el sofá mientras él añadía unos troncos al fuego que había encendido esa tarde.

—Según el guion de Abril, ¿Debería estar ayudándote con el fuego? —preguntó ella.

 —A ella le gustan las cosas de una manera concreta —él se rió—. No sé de dónde habrá sacado eso.

 —No puedo ni imaginármelo —murmuró ella.

Él volvió a querer sentarse al lado de Paula y que Abril ocupara el otro sofá, pero le pareció muy egoísta.

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