viernes, 3 de abril de 2020

En Un Instante: Capítulo 1

River Bow nunca le había parecido tan vacío. Pedro Alfonso se limpió la nieve en el felpudo y entró en la casa del rancho después de las tareas. Los taconazos de las botas retumbaron en la enorme casa de troncos donde había vivido casi toda su vida, pero era lo único que se oía. Estaba acostumbrado a que su hermana Luciana hiciera ruido con los platos y cantara en la cocina, a que su hija viera la televisión en el cuarto de estar o hablara por teléfono con alguna de sus amigas, a los ladridos de los perros, a las conversaciones y a las risas. Sin embargo, Paula estaba del luna de miel con Julián Cladwell y Abril se había ido con Gabi, su prima y mejor amiga. Por primera vez en su vida, tenía toda la casa para él solo… y no le gustaba.  Se quitó las botas en el cuarto contiguo a la cocina y oyó unos ladridos que le recordaron que no estaba completamente solo. Se había quedado con el chihuahua de tres patas de Julián, que, acertadamente, se llamaba Trípode. La mayoría de los perros de River Bow dormían en los establos y vivían fuera, hasta Luca, el border collie de Luciana que resultó herido la Navidad anterior, pero Trípode era pequeño y demasiado frágil. El perro entró renqueando y apoyó las patas en la puerta.

—¿Tienes que salir? Sabes que vas a desaparecer entre la nieve, ¿Verdad? Por cierto, la próxima vez, ¿Te importaría decírmelo antes de que me haya quitado las botas?

Abrió la puerta y lo miró salir renqueando a la pequeña zona que le había limpiado. Naturalmente, a Tri tampoco le gustaba el frío. Hizo lo que tenía que hacer y volvió a entrar en la cocina. Él lo siguió. Le rugió el estómago y se preguntó qué podría desayunar de entre los restos que habían quedado de la comida de la boda. Quizá un trozo de quiche de espinacas de Analía McRaven, que le encantaba, o alguno de esos sándwiches diminutos de jamón y queso; el jamón se parecía al beicon, ¿No? Consiguió añadir un plátano y un yogur, pero echó de menos los deliciosos desayunos que le hacía su hermana; tortitas esponjosas, beicon crujiente… Sin embargo, Luciana ya estaba casada y esos días habían llegado a su fin. A partir de ese momento, tendría que apañárselas solo, y con Abril, o contratar a alguien que le preparara el desayuno. Era una lástima que la señora Michaels, la ama de llaves de Julián, quisiera marcharse a California para estar cerca de su nieta. Estaba feliz por su hermana y por el porvenir que estaba labrándose con el nuevo veterinario de Pine Gulch. Había paralizado demasiado su vida para ayudarlo con el rancho después de que Melina se marchara. Entonces, cuando tenía un bebé con el que no sabía qué hacer e intentaba reconstruir el rancho después de la muerte de sus padres, le agradeció inmensamente su ayuda. En ese momento, le avergonzaba haber llegado a depender tanto de ella que no había intentado que hiciese su propia vida hacía años. Sin embargo, había encontrado su camino. Julián y ella estaban muy enamorados y Luciana sería una madrastra maravillosa para Valentina y Franco, los hijos de él. Todos sus hermanos ya estaban felizmente casados, y eso le gustaba. Mordió un trozo de la quiche de Analía y tuvo que contener un bostezo. Llevar un rancho no se compaginaba bien con las fiestas de boda que duraban hasta altas horas de la noche.

—¿Todavía está todo hecho un desastre, Tri?

El perrito se hizo un ovillo donde daba un rayo de sol, lo miró y volvió a quedarse dormido. Él ya había visto, al bajar esa mañana, que la cocina era el único sitio ordenado de toda la casa. Los empleados del catering de Analía la habían dejado perfecta y también habían querido ocuparse del resto de la casa, pero él no les había dejado. También había tenido que acompañar a la puerta a sus cuñadas cuando, a las dos de la madrugada, habían empezado a ir por toda la casa con bolsas de basura. Quería mucho a Brenda y Laura, pero, sobre todo, quería que todo el mundo se marchara y que le dejaran dormir al menos tres horas. Además, sabía que Luciana, que era muy eficiente, había organizado que un equipo de limpieza fuera ese día. Agarró su desayuno improvisado, silbó a Tri y se abrió paso entre los restos del festejo para ir a su despacho con el perro renqueante pisándole los talones. Tenía mucho trabajo aunque fuese sábado. Se le había acumulado porque las semanas anteriores habían sido caóticas por los preparativos de la boda. Tenía que contestar unos correos electrónicos, tenía que llamar a un intermediario de ganado con el que trabajaba y tenía que revisar las cuentas del rancho.

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