viernes, 3 de abril de 2020

En Un Instante: Capítulo 2

Un rato después, se comió el último sándwich de jamón que quedaba, miró el reloj y se quedó atónito al darse cuenta de que habían pasado dos horas. Frunció el ceño. ¿Dónde estaba el equipo de limpieza? Luciana le había dicho que llegaría alrededor de las diez, pero era casi mediodía. Entonces, como si lo hubiesen oído, llamaron a la puerta. Tri se levantó de un salto, dejó escapar un ladrido y fue hasta la puerta principal todo lo deprisa que pudo. Él lo siguió y esperó que el equipo de limpieza acabara antes de medianoche. Abrió la puerta. En vez de los trabajadores supereficientes que había esperado ver, se encontró con una mujer baja, de aspecto delicado, con unos ojos grandes y azules y con una melena color caoba que le recordó a los arces del arroyo en otoño. Llevaba vaqueros, un chaquetón negro y corto y una bufanda con unos de esos nudos tan complicados que parecía gustarles a las mujeres. Sobre todo, le dió la impresión de una fragilidad encantadora y se preguntó si podría con todo el trabajo que la esperaba. Desechó esa idea. Tenía que confiar en que Luciana había contratado a una empresa digna de confianza. Él no quería ordenar la casa, sobre todo, cuando había rechazado la ayuda de quienes se habían ofrecido.

—¿Es el señor Alfonso?

—Sí.

—Hola. Me llamo Paula Chaves. Lamento haber…

Él no esperó a que se disculpara y abrió completamente la puerta.

—Ya has llegado. Eso es lo importante. Entra.

 Ella lo miró un instante con la boca ligeramente abierta y una expresión extraña. Vaciló un segundo y entró.

 —Creía que deberías haber llegado hace dos horas.

—¿De… verdad?

Al parecer, el equipo de limpieza se había confundido de hora. Aunque él solía ser muy estricto con la puntualidad, ella parecía muy aturdida y algo abrumada, seguramente, por el desorden que la esperaba en la casa.

—Siempre que hagas lo que tienes que hacer, no le diré nada a la empresa.

 —¿La… empresa?

Ella se sonrojó un poco y miró las servilletas tiradas, las botellas de champán vacías y los restos de comida.

 —Caray, ¿Qué ha pasado aquí?

Tendría que hablar con Luciana sobre la empresa de limpieza que había elegido. Los jefes de esa chica deberían haberle advertido sobre lo que iba a encontrarse.

—La celebración de una boda, la de mi hermana. Terminó pasadas las dos y como tenía tareas en al rancho por la mañana temprano, comprobarás que lo he dejado todo como estaba.

—Todo está patas arriba…

—Pero puedes con ello, ¿Verdad?

—Puedo… ¿Qué?

—No es para tanto —replicó él inmediatamente—. Los empleados del cáterin se ocuparon de la cocina. Solo hay que limpiar esta zona, algunos dormitorios, donde se cambiaron los invitados, y los cuartos de baños de invitados de esta planta y la segunda. No tardarás más de tres o cuatro horas, ¿Verdad?

Ella lo miró con el ceño levemente fruncido y mordiéndose el labio inferior. Sin venir a cuento, él sintió la necesidad imperiosa de ser quien mordía ese labio. Se quedó estupefacto. ¿Podía saberse qué estaba pasándole? Hacía muchísimo tiempo que no reaccionaba así por una mujer, pero había algo en sus facciones delicadas, en la dulzura de sus ojos y en la melena color caoba que le atenazó abrasadoramente las entrañas. Apretó los dientes para dejar a un lado esa reacción inesperada e inadecuada.

 —Los útiles de limpieza están en el armario que hay en el cuarto contiguo a la cocina. Ahí deberías encontrar todo lo que necesites. Yo estaré en el despacho o en los establos si quieres preguntarme algo.

Él empezó a dirigirse hacia allí. Estaba ansioso por alejarse de ella. Supuso que el perro lo seguiría, pero Tri parecía más interesado por la recién llegada… y él no podía reprochárselo.

—Pero, señor Alfonso, me temo…

Para su alivio, el teléfono del despacho sonó justo en ese momento. No quería quedarse discutiendo con esa mujer. La pagaban por hacer un trabajo y él no era uno de esos jefes que tenían que supervisarlo todo para cerciorarse de que la gente hacía lo que se esperaba que hiciese. Si quería, ella podía preguntárselo a cualquiera de los trabajadores del rancho.

 —Tengo que contestar —no era mentira del todo. Seguramente, sería el suministrador de paja con quien había intentado hablar antes—. Gracias por hacer todo esto. Llegas como caída del cielo. Si necesitas algo, dímelo.

Él se marchó y la dejó con la boca abierta y esa expresión de turbación todavía en el rostro. Efectivamente, tenía que marcharse como si tuviese doce años, estuviese en el baile del colegio y la chica que le gustaba le hubiese pedido que bailara con ella. Era una cuestión de supervivencia. La última vez que una mujer lo trastornó de esa manera, acabó casándose con ella… y había pasado lo que había pasado. Afortunadamente, ella solo estaría unas horas allí.

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