miércoles, 1 de abril de 2020

Cambiaste Mi Vida: Capítulo 73

—No. Confío en tí por completo. Sabía que tú podrías ayudarla. Cuando la he encontrado tirada en el establo, lo único en lo que podía pensar era en traértela.

Pedro pareció sobresaltado al oír eso y la miró de forma extraña.

—Entonces iré a por las cosas para ponerle la vía.

Cuando salió de la habitación, Paula se arrodilló junto a Sami, que le había dado amor incondicional durante los peores momentos de su vida, cuando era una chica triste y perdida de dieciséis años.

—Pedro te ayudará —le dijo mientras le acariciaba la cabeza—. Pronto te sentirás mejor. No podemos dejar que te quedes sin tu calcetín de Navidad. Te contaré un secreto. No se lo digas a los demás, pero te he comprado una lata de pelotas de tenis. Tus favoritas.

Sami agitó el rabo sobre la alfombra. Era un pequeño signo de entusiasmo, sí, pero más de lo que Paula le había visto hacer desde que entrara en el establo. ¿Qué habría ocurrido si no la hubiese encontrado a tiempo? La perra no se habría salvado. Estaba segura de ello. Cuando Abril, Federico y ella hubieran ido a hacer sus tareas la mañana de Navidad, habrían encontrado allí su cuerpo sin vida. ¿Por qué habría decidido ir al establo? Sí, había encontrado paz y consuelo allí en algunas ocasiones en Nochebuena a lo largo de los años, pero no lo había convertido en una costumbre. Se encontraba mirando por la ventana hacia la casa del capataz, dispuesta a meterse en la cama tras un largo día con su familia, cuando de pronto había sentido el impulso de ponerse el abrigo y salir de la casa. ¿Coincidencia? Quizá. Pero no estaba convencida. Había sido más bien inspiración. Tal vez su propio milagro navideño. La idea le puso los pelos de punta. ¿Qué otra cosa podía ser? Había ido al establo justo a tiempo para salvar una vida. Y lo más milagroso era que a cuatrocientos metros vivía un veterinario estupendo que sabía lo que tenía que hacer. Sí. Un milagro. Experimentó una sensación de paz y de amor por todo el cuerpo. Una sensación de liberación que borró el miedo y la tristeza que, para ella, se habían convertido en parte de la Navidad. El reloj de encima de la chimenea dio la hora. Medianoche. Ya era Navidad. ¿Qué mejor momento para un milagro, para las segundas oportunidades, para la esperanza y la vida? Se inclinó sobre Sami y comenzó a tararear una de sus canciones navideñas favoritas, It Came Upon a Midnight Clear. Tras unas estrofas, las palabras se le agolparon en el corazón, ansiosas por salir. Y, por primera vez en once años, comenzó a cantar.

Con la bolsa del gotero en la mano, Pedro se quedó de pie en la puerta, con miedo a moverse y a respirar mientras escuchaba las notas que llenaban el aire. Tenía que ayudar a su perra con rapidez, pero podría esperar unos segundos más. Paula estaba cantándole a la perra y su voz era el sonido más maravilloso que había oído jamás. Cuando terminó la canción, él  se obligó a entrar en la habitación y se arrodilló junto a ella. Paula le miró con rubor en las mejillas.

—No tienes por qué parar —le dijo él mientras se ponía los guantes de látex y se disponía a pinchar la vía—. De hecho, espero que no lo hagas. Parece que a Sami le tranquiliza.

Paula se quedó callada durante unos segundos y después comenzó a cantar Away in a Manger.

—Tu hermano tiene razón —comentó él cuando Paula cantó la última nota del tercer verso—. Tienes una voz preciosa. Me siento bendecido por tener la oportunidad de oírla.

Ella le dirigió una sonrisa temblorosa.

—No sabes lo extraño que me resulta cantar. Extraño y maravilloso. Todo este tiempo la música ha estado ahí, esperando a que yo le permitiese salir.

—Yo no los conocía, pero estoy seguro de que tus padres se alegrarían de que hayas vuelto a encontrar tu voz.

—Tienes razón. Sé que tienes razón. ¿Hay algo que pueda hacer ahora mismo por Sami?

Pedro centró toda su atención en la perra.

—Ahora voy a darle un bolo; se trata de una gran cantidad de fluidos en muy poco tiempo. Después le iremos administrando la otra bolsa más lentamente durante la próxima hora. También le he puesto medicación en el suero para que se despierte un poco. Observaremos resultados dentro de poco. Me temo que tendré que dejarla aquí toda la noche. ¿Te importa?

—¿Importarme? —Paula soltó una carcajada—. No sé qué habría hecho sin tí, Pedro.

—Supongo que ahora me tocaba a mí quitarte un peso de encima, para variar.

Aunque Paula sonrió, las luces del árbol se reflejaban en sus ojos, que estaban llenos de lágrimas. Una de ellas resbaló por su mejilla y él se la secó con el pulgar.

—Por favor, no llores.

—Son lágrimas de felicidad —le prometió ella—. Bueno, tal vez un poco agridulces. Sé que ella no estará aquí para siempre. Pero ahora está aquí gracias a tí. Eso es lo que importa. Está aquí. No sé si sería lo suficientemente fuerte para perderla en Nochebuena.

—Ya no es Nochebuena. Es más de medianoche. Feliz Navidad.

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