lunes, 13 de abril de 2020

En Un Instante: Capítulo 22

—Creía que habías dicho que no tienes familia por aquí —replicó él con sorpresa.

 —No la tengo. Ni aquí ni en ningún sitio. Mi madre falleció hace dos años y, como ya te he dicho, mi padre murió este año.

—¿Eres hija única?

—No —contestó ella después de dudarlo un instante—. Tenía un hermano mayor, pero… murió hace doce años.

No debería haberlo dicho. Seguramente, a Pedro le parecería una coincidencia muy rara que su hermano mayor hubiese muerto, precisamente, cuando asesinaron a sus padres. Ella estaba empezando a pensar que no era una coincidencia en absoluto.

—Entonces, ¿Vas a pasar las fiestas sola?

—Nunca me ha importado mi propia compañía.

—Yo también lo paso bien con la mía, pero no durante las fiestas — él la miró fijamente y ella tuvo la sensación de que estaba midiendo las palabras—. Puedes pasar la fiestas aquí, con Abril y conmigo —acabó diciendo lentamente.

 —¿Qué…? —preguntó ella parpadeando y convencida de que había oído mal.

—No me interpretes mal. El hotel está muy bien, no como antes, cuando nadie podía recomendarlo. Laura, mi cuñada, ha trabajado mucho para adecentarlo y convertirlo en un hotel acogedor. Sin embargo, no deja de ser un hotel y tú no dejarás de estar sola. Nos encantaría que te quedaras con nosotros. Como verás, tenemos sitio de sobra en esta vieja casa.

 Durante un rato, se debatió con una mezcla de perplejidad, asombro y una calidez dulce y delicada. ¿Pedro Alfonso estaba pidiéndole a una mujer que acababa de conocer que pasara las fiestas en su rancho con su hija y con él?

—Yo… No sé qué decir.

—No tienes que decidirlo en este instante. Los dos deberíamos dormir. Buenas noches.

 Él se dirigió hacia la puerta, pero ella lo detuvo antes de que llegara.

—¿Por qué me haces esa oferta? Ni siquiera me conoces. ¿Por qué quieres que una desconocida se entremeta en las celebraciones de su familia?

 —Lo primero, no te entremeterías. Cuando éramos niños, la casa siempre estaba llena de gente que venía a pasar las fiestas. Mis padres eran conocidos porque abrían las puertas de River Bow a cualquiera que necesitara un poco de espíritu festivo. Creo que, durante los últimos años, lo hemos perdido por el camino.

 —¿Y?

—Bueno, te caíste por mis escaleras y creo que lo mínimo que puedo hacer es que te sientas bien recibida y ofrecerte un sitio cómodo donde puedas pasar la Navidad mientras te recuperas.

—¡No me debes nada! —exclamó ella—. Fue mi propia torpeza.

—Sí te lo debemos —replicó él—. Aunque no te hubiese pasado nada, está el asunto del cuadro. Nos has devuelto algo que creíamos perdido para siempre. Sé que mis hermanos querrán conocerte para agradecértelo personalmente. También puedes hacerte a la idea de que la familia Alfonso está en deuda contigo y que nosotros siempre saldamos las deudas.

 —Yo no…

 —Piénsalo. No tienes prisa. Volveré a pasar por aquí dentro de unas horas, cuando vaya a los establos. Hasta entonces, intenta descansar un poco. Lo resolveremos todo por la mañana.

Ese vaquero grande y rudo que le parecía tan atractivo esbozó una sonrisa torcida y se marchó con el perrito renqueante detrás. Ella, abrumada, se quedó mirando la puerta. Sabía que la idea de pasar las navidades en esa casa tan cálida no debería parecerle tan tentadora. No pertenecía a River Bow. Su presencia en ese rancho había sido un error de cálculo por su parte y un error de identidad por la de él. No podía aceptar. Por la mañana se disculparía y volvería al hotel Cold Creek, por muy deprimente que le pareciera el panorama. Como estaba previsto, la nieve que caía leve pero constantemente cuando por fin se acostó, se había convertido en toda una tormenta de nieve cuando se levantó.

No hay comentarios:

Publicar un comentario