miércoles, 15 de abril de 2020

En Un Instante: Capítulo 29

—No te preocupes, creo que voy a estar bien. La gente de aquí ha sido muy amable. Incluso, me han invitado a pasar la Navidad con unas personas que he conocido y estoy pensando aceptar.

Era mentira, pero ya podría resolverlo con Florencia en Fishwife cuando volviera.

—Me gustaría que me contaras qué está pasando —insistió su amiga con una preocupación evidente.

—Te lo contaré, y, por favor, felicita de mi parte a ese profesor de ciencias, que puede ser tu prometido o no. Es el hombre más afortunado que conozco.

—¿Me prometes que vas a contármelo todo?

—Te lo prometo.

—¿Estás bien? ¿Están cuidándote?

—Estoy bien. Vete a Big Bear y pásatelo muy bien. Pero hazme un favor. Ten cuidado y no te rompas un hueso. Te aseguro que no es la mejor manera de pasar las fiestas.

Florencia colgó sin ganas y ella se quedó sentada en la amplia y confortable cocina. Sin la conversación de Pedro ni la charla animada de su amiga, su soledad le pareció algo inquietante. Fue al salón, donde estaba el imponente árbol de Navidad. Pedro no había encendido la iluminación. Aunque ya era última hora de la mañana, el día era plomizo y oscuro por la tormenta y el viento incesante. Sintió un impulso y buscó el interruptor hasta que lo encontró. Se encendió el árbol y las lucecitas que adornaban la escalera y las ramas de abeto de la chimenea. Su humor cambió inmediatamente. Tenía una sensación muy extraña en esa casa. No la entendía y la atribuía al efecto de los analgésicos. Si no, no podía entender que sintiera esa sensación cálida y hospitalaria, como si todas las paredes de troncos de la casa la invitaran a sentirse cómoda. Le encantaba su piso, que estaba a unas manzanas del mar, y había trabajado mucho tiempo en dos empleos para ahorrar y poder pagar la entrada, pero no estaba segura de que hubiese sentido la misma satisfacción acogedora. Se fijó en un cuadro que había encima de la chimenea y que representaba una escena montañosa con unos caballos en primer plano y una cabaña vieja con troncos gastados y visillos de encaje. Reconoció el estilo, la destreza en el uso de los colores y la perspectiva, y supo que tenía que haberlo pintado la madre de Pedro incluso antes de ver la firma de Ana Alfonso. Eso bastó para recordarle que no pertenecía a ese sitio, que esa sensación, como el cuadro, solo era una ilusión engañosa y que haría bien en tenerlo presente.


Se quedó horas despejando caminos de vecinos y sacando a la luz buzones tapados por la ventisca. Hacía como una hora que había dejado de funcionar la calefacción de la cabina del tractor y estaba aterido. Aunque había dejado de nevar por el momento, los nubarrones eran muy negros y esperaba que cayeran varios centímetros más por la noche.  Cuando por fin subió por el camino que llevaba desde la carretera de Cold Creek hasta la casa del rancho, se encontró con una escena que parecía sacada de una felicitación de Navidad. Allí, entre la penumbra, podía verse la casa donde había vivido casi toda su vida. La ventana de la fachada delantera brillaba con las luces de colores del enorme árbol de Navidad que Abril y Luciana habían decorado durante todo el fin de semana de Acción de Gracias. Detuvo el tractor para deleitarse con la vista. Le encantaba hasta el último centímetro de ese sitio. La casa, el establo, las otras construcciones, el terreno… Lo conocía tan bien como su cara reflejada en un espejo.

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