lunes, 27 de abril de 2020

En Un Instante: Capítulo 53

Abril se montó en el trineo con una sonrisa deslumbrante.

—Es una mujer encantadora. Yo le he dado un plato de galletas y me he llevado esta cesta enorme. Hay una hogaza de pan, mermelada de moras hecha por ella, un trozo de ese queso que te gusta tanto… Me ha dicho que había pensado llevarla al rancho esta noche para darnos las gracias por quitarle la nieve.

—Entonces, me alegro de haberle ahorrado el viaje. Habría ido patinando por todos lados con ese coche tan viejo que tiene.

Abril se sentó otra vez entre ellos, tapada por la manta, y Pedro las miró.

 —Muy bien, señoras, ¿Volvemos a nuestra cena de Nochebuena antes de que se congelen los manjares de la señora Thatcher?

—Estoy muriéndome de hambre —contestó Abril—, pero, por favor, vuelve por el camino largo. Quiero pasar por delante de la casa de mi amigo Ramiro. Me ha mandado una foto del increíble muñeco de nieve que han hecho su hermano y él.

 —Allá vamos, muñeco de nieve —Pedro chasqueó la lengua—. En marcha, Bob.

 El caballo giró por la calle siguiente y las campanillas tintinearon. Paula se acurrucó debajo de la manta y se prometió que disfrutaría cada segundo de esa noche mágica.


 Estaban resultando las mejores navidades de su vida. Mejores que cuando cumplió diecisiete años y su padre le regaló una camioneta Chevrolet Silverado. Mejores incluso que las navidades posteriores a que naciera Abril, cuando todavía creía que quizá pudiera salvar su matrimonio. Las navidades siempre habían sido la época del año favorita de sus padres, sobre todo, de su madre. Decoraba toda la casa con árboles en todas las habitaciones, con guirnaldas en la repisa de la chimenea y en la escalera y con velas en todas las ventanas. La música navideña sonaba en la casa desde unas semanas antes del día de Acción de Gracias hasta el día después de Año Nuevo, hasta que nadie podía soportar un villancico más.

Después de que asesinaran a sus padres, las fiestas tuvieron un regusto amargo para todos ellos. Él creyó que Luciana sería la más afectada, y con motivo. Era una chica de dieciséis años y la única que no vivía por su cuenta. La noche de los asesinatos, estaba en casa y había acabado hecha un ovillo en el suelo de la despensa, donde la había metido su madre cuando notó que había entrado alguien y desde donde tuvo que oír cómo moría su madre. Durante mucho tiempo, todos fingieron por Abril que estaban dominados por el espíritu navideño.

Ese año, por primera vez desde aquellas navidades atroces, podía decir que su emoción era sincera. Esa tarde se habían reído y se habían divertido. Después del paseo, Abril y él se habían hecho cargo de Bob y el trineo y habían vuelto a la casa para terminar los preparativos. Hizo las chuletas mientras las chicas improvisaban un concierto de villancicos. Paula tocó el piano con una mano y Abril cantó. En ese momento, estaban sentados en el comedor con unas velas encendidas y oyendo la música navideña con aire de jazz que sonaba por los altavoces.

—La chuleta estaba deliciosa —le comentó Paula con una sonrisa—. Me ha encantado, aunque ha sido un poco humillante que Abril tuviera que cortármela.

—Cuando quieras —replicó su hija con una sonrisa.

Las dos se habían hecho amigas muy deprisa. Se habían reído durante toda la tarde igual que lo hacía Abril con Gabi. Le emocionaba, aunque con reservas. Su instinto paternal le decía que tenía que protegerla, aunque sabía y aceptaba que tenía que llevarse algunos golpes para que fuese una mujer fuerte y supiera sobrellevar los reveses naturales de la vida.

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