miércoles, 1 de abril de 2020

Cambiaste Mi Vida: Epílogo

—Me encantan las bodas en Navidad —exclamó Laura mientras ajustaba una de las horquillas que sujetaban el velo de Paula.

—No es Navidad —dijo Sofía con una lógica irrefutable. A través del espejo Paula vió a la niña sentada en el banco de la sala reservada para las novias en la pequeña iglesia de Pine Gulch, sujetando en brazos al hijo de seis meses de David y Brenda—. Papá Noel no viene hasta dentro de cinco días.

—Cierto —respondió su madre con una sonrisa—. Debería haber dicho que me encantan las bodas en época navideña. ¿Así está mejor?

—Sí —contestó Sofía, adorable con su vestido azul y plateado.

—La iglesia está preciosa —dijo Brenda, y se apresuró a tomar al pequeño Manuel en brazos cuando vió que Sofía empezaba a cansarse de tenerlo encima—. Parece el país de la nieve, con todos esos copos plateados y los lazos azules. Es mucho mejor que el tradicional rojo y verde. Aunque, por muy bonito que sea lo de fuera, no tiene nada que envidiar a la novia. Estás espectacular. ¿Estás feliz, Paula?

Ella sonrió a sus cuñadas. Sentía cierto dolor porque su madre no pudiera estar presente en el día de su boda, pero aquel era un momento de alegría, no de tristeza. Tal vez no tuviera a su madre, y eso siempre le dolería, pero sí tenía a aquellas mujeres maravillosas a las que tanto quería.

—«Feliz» es poco para lo que siento. No creo que me quepa dentro más alegría.

—A mí tampoco —dijo Valentina, que estaba preciosa con su vestido de dama de honor.

—Lo mismo digo —confirmó Abril, con el vestido a juego.

A veces Paula no podía creer lo mucho que había cambiado su vida desde las últimas Navidades. Con los años, se había dicho a sí misma que era feliz viviendo en el rancho, ayudando a su hermano con Abril, criando perros y caballos. Ahora se daba cuenta de cómo había influido en su vida un hecho terrible y violento. Había estado escondiéndose, ahogándose en sus miedos y sin querer arriesgarse. Pedro había cambiado eso. Aquel último año había estado lleno de felicidad, más de la que habría podido imaginar. También algo de tristeza, a decir verdad. Tras su milagrosa recuperación navideña, Sami había llegado hasta primavera. Los últimos meses había mostrado más energía que en años, pero una mañana de abril, se la había encontrado bajo las ramas de un manzano junto a la casa. Pedro había ayudado a enterrar a su amiga en la ladera que daba al rancho y al río, y la había abrazado mientras lloraba. Ambos se habían tomado su tiempo a lo largo del año, habían ido despacio para que los niños pudieran acostumbrarse a la idea de que ella estuviera en sus vidas de forma regular. A Franco no le había costado aceptarla. Como esperaba, Valentina se había mostrado más resistente. Al principio se había resistido a la idea de que alguien ocupara el lugar de su madre. Pero ahora, un año después de que Pedro y ella empezaran a salir, Paula creía que Valentina y ella habían desarrollado una relación fuerte y sólida. Casarse en diciembre había sido idea de Pedro, para darle algo alegre que recordar durante aquella época de esperanza y de promesas.

—Creo que ya estás lista —anunció Laura—. Oh, Paula. Me alegro tanto por tí.

La esposa de Iván la abrazó aunque, a los cuatro meses de embarazo, empezaba a abultar un poco.

—Lo mismo digo —intervino Brenda, le dió un beso en la mejilla y le estrechó las manos—. Te mereces a un tipo maravilloso como Pedro. Me alegro muchísimo de que resultara no ser un imbécil maleducado y arrogante.

Paula se estremeció al recordar sus palabras de hacía más de un año.

—No dejarán que se me olvide, ¿Verdad?

—Probablemente no —respondió Laura con una sonrisa.

En ese momento llamaron a la puerta. Abrió Valentina y Federico asomó la cabeza.

—¿Estamos listas? —preguntó—. Sé de cierto veterinario que empieza a impacientarse.

Paula tomó aliento y se ajustó el vestido.

—Creo que sí.

—Vamos, chicas. Todas a sus puestos —ordenó Brenda.

Laura le ajustó a Paula el velo por última vez y después se echó atrás.

—De acuerdo. Está perfecto.

Tras tomar aliento de nuevo, Paula puso la mano en el brazo de su hermano.

—Estás increíble —le dijo Federico—. Mamá y papá habrían estado orgullosos de la mujer en la que te has convertido. Guapa por dentro y por fuera.

—No me hagas llorar —dijo ella con un nudo en la garganta.

—Es cierto. También les habría gustado Pedro. Es un buen hombre. La mayor alabanza que puedo hacerle es decir que creo que es casi lo bastante bueno para tí. Me alegra que seas feliz.

—Lo soy. He tardado un tiempo, pero lo he conseguido.

—Entonces, adelante.

El pequeño coro de la iglesia, en el que ahora cantaba todos los domingos, comenzó a cantar el Canon de Pachelbel y ella respiró profundamente. Cuando Federico y ella comenzaron a andar por el pasillo detrás de las damas de honor, miró hacia delante y vió al veterinario, a veces taciturno, al que amaba sin medida. El padrino, Franco, le daba la mano. Con el corazón lleno de amor por él y por sus hijos, Paula recorrió el pasillo junto a su hermano hacia un futuro lleno de alegría, risas y canciones.




FIN

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