viernes, 10 de abril de 2020

En Un Instante: Capítulo 19

—Su padre murió hace poco y la encontró entre sus cosas.

—Qué casualidad.

Él frunció el ceño molesto con el tono de su hermano.

 —Dí lo que quieras, pero vino al rancho para devolvernos el cuadro a la familia. Dice que nos pertenece y que ella no puede quedárselo. Ha venido desde California para devolvérnoslo.

A él mismo le pareció que sonaba increíble mientras lo decía y dudó un poco. ¿Tendría algo más de ellos? No. Era dulce y encantadora y él no había conocido a muchas mujeres dulces y encantadoras últimamente.

 —¿Dónde está? —preguntó David—. ¿En el hotel?

 Él se revolvió en el asiento. No iba a mentir a su hermano, aunque no le gustaba nada sentirse interrogado.

—Está aquí. En el cuarto de Luciana. No solo se rompió el brazo al caerse por la escalera, también sufrió una conmoción cerebral. El doctor Dalton no quiso que se quedara sola en el hotel.

David no dijo nada, pero él pudo notar que le parecía mal.

—Ten cuidado. Solo te digo eso. Ten cuidado.

—Gracias por el consejo, mamá. ¿Te importa que ahora hable con mi hija?

 —Te la paso.

Tamborileó con los dedos mientras esperaba a que Abril se pusiera al teléfono.

 —¡Hola, papá! Me han contado que has tenido un día muy emocionante. David le contó a la tía Brenda que tuviste que llamar a una ambulancia. ¡Me alegro de que no fueses tú quien se rompió el brazo! Habría sido una faena en Navidad.

 Una de sus mayores alegrías era saber que su hija estaba convirtiéndose en una persona compasiva. Hacía tres navidades, quiso dar a Gabi todo el dinero que la familia iba a gastarse en regalos para ella. Sonrió al acordarse. En aquel momento, Gabi era una niña asustada que había sido abandonada por su despiadada madre. Intentaba encontrar un sitio en el mundo y había convencido a Abril y a sus amigas de que estaba muriéndose y su familia no podía pagar la operación que le salvaría la vida. Había pasado mucho tiempo y Gabi ya sabía que vivía en un hogar seguro y confortable. Se había convertido en una joven sana y equilibrada y él la quería como si fuese su sobrina.

—Así que la limpiadora se ha hecho mucho daño, ¿No? —siguió Abril.

Él suspiró. Iba a tener que informar a toda la familia. Sería mucho más fácil reunirlos en una maldita videoconferencia.

—Está reponiéndose. Esta noche va a quedarse en el cuarto de Luciana. Es una historia muy larga.

—De acuerdo.

Él sonrió ante lo fácilmente que se había conformado su hija.

—¿De verdad quieres quedarte otra noche? No me importa acercarme para recogerte.

 —Estamos planeando un par de cosas para Navidad. No me preguntes qué porque no voy a decírtelo. No estarán terminadas hasta mañana, pero si me necesitas de verdad, supongo que Gabi puede terminarlas sola.

—No. No te preocupes. Es que la casa está muy silenciosa sin Luciana y sin tí.

—Volveré mañana.

 —Muy bien. Diviértete. No tengan despiertos toda la noche a tus tíos con sus risas.

—¿Nosotras? No nos reímos.

Él pudo verla parpadeando con un gesto de inocencia y carraspeó.

—Ya. Yo tampoco ronco.

—Eres tonto —ella se rió—. Tienes suerte de que te quiera.

—Mucha suerte. Yo también te quiero. Hasta mañana.

Él colgó y volvió a echarla de menos. Aunque su matrimonio había sido un error desde el principio, volvería a repetirlo solo para tener a Abril. Melina nunca estuvo hecha para casarse con un ranchero, ni por lo que significaba casarse ni por lo que significaba vivir en un rancho. Sus padres lo vieron inmediatamente e intentaron avisarlo, pero él no les hizo caso. Estaba demasiado enamorado de esa mujer vibrante y hermosa que aseguraba que lo adoraba.

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