miércoles, 1 de abril de 2020

Cambiaste Mi Vida: Capítulo 71

—Imaginarme sus caras la mañana de Navidad es suficiente agradecimiento para mí. Tienes unos hijos realmente adorables, Pedro.

—Así es —su voz sonaba ahogada y ella le miró de forma extraña, pero se limitó a ponerse el abrigo.

Pedro sabía que debería ayudarla, pero en aquel momento no se atrevía a acercarse a ella.

—Buenas noches.

Cuando Paula se acercó a la puerta, él volvió en sí.

—Se me olvidaba que has venido andando hasta aquí. Voy a por mi abrigo y te acompaño a casa.

—No es necesario.

Para él sí lo era. Como respuesta, descolgó su abrigo del perchero y se lo puso.

—Llevo recorriendo este camino toda mi vida —insistió ella—. Estoy bien. No deberías dejar solos a los niños.

—Tardaré cinco minutos y veré la casa en todo momento.


—Qué hombre más testarudo eres, doctor Alfonso —contestó ella con un suspiro de resignación.

Cuando salieron de la casa y comenzaron a caminar bajo la nieve, con Tri dando brincos por delante de ellos, fue consciente de nuevo de la paz que sentía cuando estaba con ella. Deseaba protegerla, hacerle sonreír, quitarle un peso de encima, como ella misma había dicho antes. Su matrimonio no había sido así. Había amado a Nadia, pero, mientras caminaba junto a Paula, no pudo evitar pensar que, en muchos aspectos, había sido un amor inmaduro. Se habían conocido cuando él estaba en la Facultad de Veterinaria y ella estaba de prácticas en Relaciones Públicas. Por alguna razón que aún no comprendía, Nadia había decidido de inmediato que le deseaba, y él no había hecho nada por cambiar el curso que ella había marcado para los dos. Había llegado a amarla, por supuesto, aunque su amor estuviera mezclado con la gratitud que sentía porque hubiera escogido a un hombre solitario y le hubiera dado una familia. Pensaba que nunca volvería a enamorarse. Al morir Nadia, pensó que su mundo se había acabado. Había tardado todo ese tiempo en sentir que podía seguir hacia delante con su vida. Y allí estaba, locamente enamorado de Paula Chaves, y tremendamente asustado por ello. ¿Podría volver a poner en riesgo su corazón y su alma? ¿Y por qué estaba pensando en ello? Sí, Paula respondía a sus besos, pero había pasado su vida adulta huyendo de cualquier relación que no fuera familiar. Tal vez ni siquiera estuviera interesada en tener nada más con él. ¿Por qué iba a estarlo? Él no tenía tanto que ofrecer en una relación. Era arisco e impaciente, con un par de hijos incansables con los que lidiar.

—Me preguntaba si podría pedirte un favor —dijo ella cuando casi habían llegado al establo—. Si tienes tiempo esta semana, ¿Podrías echarle un vistazo a Sami? Estoy preocupada por ella. Últimamente no se comporta con normalidad.

—Claro. Puedo pasarme mañana por la mañana.

—Oh, no creo que sea urgente. Podría ser después de Navidad.

—De acuerdo. A primera hora del miércoles. O, si a los niños y a mí nos apetece dar un paseo después de abrir los regalos, tal vez pueda pasarme por tu casa a echarle un vistazo.

—Gracias. Probablemente debas regresar. Has dejado el fuego encendido en la chimenea, no lo olvides.

—Sí —deseaba besarla allí mismo. Deseaba abrazarla contra su cuerpo y protegerla de cualquier pena.

Pero se recordó a sí mismo que no tenía ese derecho. Tal vez después de las fiestas, cuando los niños y él se hubieran mudado y la señora Michaels hubiera regresado, tal vez entonces podría pedirle que cenaran juntos y ver adónde podía llegar aquello.

—Gracias de nuevo por tu ayuda con los regalos.

—De nada. Si no vuelvo a verte antes, feliz Navidad.

—Lo mismo digo.

Ella volvió a sonreír. Aunque sabía que no debía, Pedro dió un paso hacia delante y le dió un beso suave en la mejilla. Después se dió la vuelta, recogió a su perro y se alejó a través de la nieve, aprovechando que aún podía.

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