miércoles, 15 de abril de 2020

En Un Instante: Capítulo 27

En cuanto oyó que se cerraba la puerta, Paula se cubrió con las manos las mejillas recalentadas. ¿Qué había pasado? Por un momento, había estado segura de que iba a besarla. ¿Se lo había imaginado por el efecto de los analgésicos? No. No podía decir que fuese la mujer con más experiencia del mundo, pero él se había inclinado tanto que ella había creído que podría notar los latidos de su corazón. ¿Qué habría hecho? Desde luego, no se habría resistido. Había deseado que la besara, lo había anhelado. Los latidos de su corazón se habían desbocado y se había estremecido solo de pensarlo. La atraía como no la había atraído nadie en su vida. Frunció el ceño con asombro por su reacción. Ella no era así.

Naturalmente, había salido con hombres en San Diego y había estado a punto de prometerse a un abogado muy próspero, hasta que su madre tuvo la apoplejía. Ignacio no la ayudó nada durante esos meses tan complicados. Se quejaba del tiempo que tenía que pasar con su madre en la residencia, pero era el único familiar vivo que le quedaba a Alejandra. Hasta entonces, no se había dado cuenta de lo profundamente egoísta que era. Al verlo desde el punto de vista de su situación estresante, se alegró de no haber aceptado casarse con él. Romper con él después de dos años había sido un alivio más que un desencanto. Después de la placidez de haber estado casi prometida, esta atracción desenfrenada hacia Pedro Alfonso le parecía nueva y perturbadora. Decidió que la culpa la tenía ese sitio. Había estado alterada desde que llegó a River Bow, tenía la extraña sensación de estar como en su casa y eso no tenía ningún sentido. Tenía que sacárselo de la cabeza. No estaba en su casa y la próxima vez que estuviese tentada de besar a ese hombre, tenía que recordarse lo que pasaría cuando Ridge descubriera la verdad. Él no querría tenerla entre sus brazos ni querría verla cerca de su rancho o de su hija.

Dominó un asomo de depresión, se levantó y empezó a recoger los platos del desayuno. Estaba metiendo el último plato en el lavavajillas cuando oyó una melodía conocida. ¡Su móvil! Al parecer, él lo había encontrado en el coche. El móvil dejó de sonar cuando consiguió llegar a su bolso y sacarlo con una mano, algo que era mucho más difícil de lo que había podido imaginarse. Cuando vió el nombre de Florencia, su mejor amiga, en la lista de llamadas perdidas, pensó por un instante en no hacerle caso, pero también pensó que un contacto con su vida habitual quizá sirviera para mantenerla en la realidad. Además, lo más probable era que Florencia siguiera llamando hasta que contestara. Su compañera de habitación en la universidad siempre había sido así de impaciente. La llamó y, mientras esperaba a que contestara, intentó dilucidar qué iba a contarle de lo que había pasado durante las últimas veinticuatro horas.

 —¡Por fin! ¡Creía que te habías esfumado de la faz de la tierra! — exclamó Florencia con esa energía y entusiasmo que siempre conseguían que ella sonriera.

Siempre le parecía que había sido especialmente afortunada el día que les asignaron la misma habitación cuando entraron en la Universidad de UCLA. Mientras ella tendía a ser reservada y cautelosa, Florencia se metía en todas las situaciones hasta el final. Habían sido amigas íntimas desde el primer día, cuando se pasaron toda la noche despiertas y contándose las historias de sus vidas.

 —Sigo aquí.

—¿Dónde? Anoche pasé por tu piso y no estabas. Volví a pasar esta mañana y tampoco estabas. Te diré que mi imaginación está desbocada y que me pregunto si estarás con algún tío impresionante del que no me has hablado.

Ella se sonrojó y miró por la ventana, desde donde podía ver el contorno de un ranchero realmente impresionante que despejaba su camino de entrada. Florencia sabía más que nadie sobre sus complicadas relaciones familiares, al fin y al cabo, habían vivido juntas durante cuatro años, pero no le había contado nada sobre lo que había encontrado en ese almacén ni sobre su impulsivo viaje a Idaho.

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