lunes, 27 de noviembre de 2023

No Esperaba Encontrarte: Prólogo

Paula Chaves, de veinte años, se sentó entre otras dos modelos y esperó a que el avión despegara. Mientras se alejaban cada vez más de Italia, respiró. Su segunda visita a aquel país había terminado y ya tenía depositado en el banco el salario por su actuación como modelo. Ella y sus hermanas podrían beneficiarse de ello. Pero desde aquel momento en adelante sólo iba a trabajar en Australia. No tenía ningún deseo de regresar a Italia. El país era precioso, pero los recuerdos de Pedro, del error que había cometido, eran demasiado fuertes incluso tras casi un año.


—No me puedo creer que lo vieras, Karen —dijo Micaela, una de las modelos que estaba sentada delante de ella—. Estoy tan celosa. Parece ser que ahora viaja por toda Europa. ¿Cómo es que te lo encontraste en Nápoles?


Pero a Paula no le interesaba aquello. Miró por la ventana y deseó estar en casa con sus hermanas, en su agradable piso de Melbourne.


—Sí, ¡Ví al «Señor Diamante» en persona! No al hermano mayor. ¿Quién lo querría? Pero Pedro Alfonso… Oh, sí —Karen se rió tontamente.


—¿El «Señor Diamante»? ¿Pedro Alfonso?


Paula se quedó sin aliento. ¿Pedro había estado en Nápoles? Había pensado que había estado segura de él, lo había creído en Milán, donde vivía normalmente. Si no, no hubiese ido. Se puso enferma al pensar que se podía haber encontrado con Pedro, con su mujer e hija. Pedro era una mancha en su vida; nunca más volvería a ser tan crédula con ningún hombre.


—Tengo que decir que no sé si querría tener algo con él —dijo Micaela.


—¿Por qué no? —preguntó Karen.


—Porque creo que debe de ser muy inflexible, cariño —prosiguió Micaela—. He oído que se divorció de su mujer y que obtuvo la custodia de su hija, para luego mandar a la pequeña a un pueblo remoto con la sola compañía de una niñera. Y nunca va a verla. Tienes que admitir que eso implica tener sangre fría.


—¿De verdad? —Karen dió un grito ahogado—. ¿Cuándo se divorciaron?


—No estoy segura, pero han estado separados por lo menos un par de meses —Micaela hizo una pausa—. Ahora él no parece la misma persona. Eso fue lo que me impresionó cuando lo ví. Tiene como una especie de enfado reflejado en los ojos…


Paula se quedó rígida. Se le aceleró el corazón. Apenas podía creer lo que había oído. Le impresionó que el matrimonio de Pedro hubiese terminado, aunque quizá debía haberlo esperado. Después de todo, él no había sido precisamente fiel. Pero arrebatar a la niña de los brazos de su madre para luego abandonar a la pequeña era imperdonable. Le desgarró el corazón… Porque ella sabía cómo dolía aquello.


—Debe de haberse llevado el bebé para castigar a su esposa o algo parecido —continuó diciendo Micaela, que no se había dado cuenta de lo impresionada que estaba Paula—. Los divorcios pueden llegar a ser horrorosos.


—¿Estás segura de que todo eso es verdad, Micaela? —preguntó Karen, vacilante.


Paula apretó las manos; todavía se sentía muy herida por el rechazo de sus padres hacia sus hermanas y ella hacía dos años. A pesar del engaño de Pedro hacía un año, cuando la había perseguido, ocultándole su matrimonio, una parte de su mente no quería creer que él hubiera abandonado a su hija. No quería creer que nadie hiciera eso. Pero el enfado que había sentido hacia sus padres durante los últimos dos años comenzó a dirigirse también hacia Pedro. Él la había perseguido, habiendo tenido mujer e hija, y ella se había enamorado perdidamente de él. Cuando apareció su esposa y ella se dio cuenta de que Luc había estado simplemente jugando con ella, se quedó destrozada. Había aprendido de aquello y había construido una coraza a su alrededor para proteger su corazón. Pero ni aun sabiendo todo aquello podía haberse imaginado que Pedro pudiera abandonar a su hija.


—Es cierto —dijo Micaela con una profunda voz—. Mi prima, la que estuvo viajando por Europa, obtuvo un trabajo en ese mismo pueblo. Salió con el chico que repartía comestibles, que le contó todo. Un día que fue a llevar un reparto a la casa donde vivía la niña con la niñera, ésta estaba con una amiga a la que le estaba contando que Luc simplemente se mantenía apartado. Pagaba las facturas, pero no quería saber nada de la pequeña. Las muchachas comenzaron a hablar de cómo se sentirían si las abandonaran. ¡Como si supieran algo sobre ello! 


Con las manos temblorosas, Paula se puso los auriculares para dejar de oír a sus compañeras. Pero ni siquiera oyó la música que ofrecían éstos. Simplemente podía pensar en el asco que le daba aquel hombre, al que había pensado no poder despreciar más… 

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