Paula pensó que había sido una buena idea, en todos los sentidos, el dejarle el descapotable a sus hermanas mientras Leonardo reparaba a Gertie. Sofía le perdonó todo después del primer viaje con la capota bajada. Bella fue algo más dura, fulminando a Pedro con la mirada cada vez que lo veía, pero cedió a montarse en el coche y accedió a esperar con los demás en la calle a que Leonardo trajera a Gertie del taller.
—¿Por qué tarda tanto Leonardo? Estoy deseando ver a la nueva Gertie —dijo Sofía, incapaz de estar callada.
Bella y Paula sacudieron la cabeza.
—Sólo quiero que sepáis que cuidar de vosotras dos no me ha resultado nada fácil —dijo Bella, y aprovechó para fulminar a Pedro con la mirada—. Y que la ropita del bebé, es cosa mía.
—Encantado —sonrió Pedro, a quien cada vez le caía mejor la hermana mayor de Paula.
Entonces oyeron el familiar ruido del motor de Gertie y todos se quedaron boquiabiertos. A Pedro le costó admitirlo, pero Leonardo había dado al coche una nueva vida. Había hecho un trabajo excelente. Las tres hermanas estaban encantadas y cuando el musculoso mecánico salió del coche, corrieron a cubrirlo de besos. Entonces fue cuando la actitud amable de él se esfumó. Se abrió paso entre el grupo para verse cara a cara con el mecánico.
—Gracias por ocuparte del coche.
—Siempre es un placer para mí ayudar a las chicas —le respondió él, a un centímetro de distancia y sin dejar de mirarlo a los ojos.
—Yo me ocuparé de la factura.
Las chicas se quedaron mirándolos, se miraron entre ellas y sacudieron la cabeza.
—¿Voy a buscar un cubo de agua para separarlos? —dijo Sofía—. Es lo que se hace con los perros y los gatos cuando se pelean.
—¿Qué parte de «Pau y Leonardo» son amigos no ha entendido Pedro? —preguntó Bella y todas echaron a reír.
—Son chicas —dijo Leonardo, mirando a Pedro—, no hay quien las entienda —al ver que Pedro lo miraba con cara de extrañeza, le dijo—. Tú sabes que soy gay, ¿Verdad?
Pedro parpadeó, frunció el ceño y se pasó una mano por el cuello.
—Claro, claro que lo sabía.
Leonardo echó a reír.
—Por cierto, voy a ser el padrino.
—Tú serás el padrino si me dejas pagar la factura —respondió Pedro.
Leonardo se quedó pensándolo.
—¿Cuántos niños vais a tener? ¿Piensas tenerla todo el día en casa ocupada con los niños Alfonso?
—Métete en tus asuntos.
Leonardo rió hasta que se le saltaron las lágrimas, y las chicas también. En ese momento sonó el móvil de Paula. La perla rosa de su anillo de pedida brilló en su dedo cuando fue a buscarlo en el bolso, y recordó la noche que Pedro se lo había dado. Cuando ella entendió lo que le estaban diciendo, dió un grito, tiró el móvil y corrió a abrazar a Pedro.
—¿Qué le habrán dicho? No puede ser que está embarazada, porque eso ya lo sabe —comentó Leonardo.
Paula rió y dijo:
—El crucigrama de Eduardo ha ganado el tercer puesto en el concurso. Está tan contento que dice que va a empezar a trabajar en uno nuevo con su enfermera para ganar el primer premio en el siguiente concurso.
—Estupendo. ¿Y si vamos ahora a ejercer un poco nuestra propia imaginación —propuso Pedro, con ojos llameantes.
—¿Ahora? —a ella le gustaba la idea, y le pasó un dedo por el pecho.
—¿Recuerdas eso que teníamos sin terminar en el estacionamiento?
—Pero estamos en pleno día —repuso ella, escondiéndose de las miradas de sus hermanas y Leonardo.
—Improvisaremos —sonrió Pedro, y sacó una placa de conductor en prácticas del descapotable—. Por cierto, te toca conducir.
—¿Quieres que lleve yo a Bentley? —ella estaba sorprendida.
—¿Bentley? Pau, este coche no es un Bentley.
—Pero es su nuevo nombre a partir de ahora.
—Bien —Pedro tomó aliento—. Como Bentley es ahora nuestro coche, tú también debes conducirlo, porque eres una buena conductora. Supongo que podremos regalárselo a Joe cuando nos compremos otro más grande.
—O guardarlo para las ocasiones especiales —susurró ella, con una sonrisa sexy—, como los aniversarios de boda, escapadas románticas y esas cosas. ¿Qué te parece?
Pedro sólo podía estar de acuerdo.
FIN
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