miércoles, 15 de noviembre de 2023

Irresistible: Capítulo 51

 —Los problemas parecen estar generados en la oficina de Eduardo.


—Pero, entonces... —eso significaría que o ella o Eduardo estaban defraudando a la empresa. Estaba claro que Eduardo no iba a sabotear su propio negocio, así que quedaba ella, y entonces comprendió lo que había pasado la noche del crucigrama—. Pensaste que yo...


—No —su negativa fue rotunda en el interior del coche—. No. Necesitaba una explicación para algo que parecía extraño. Me la diste y fin de la historia.


—¿Entonces qué está ocurriendo? ¿Por qué pasa esto? «Tengo miedo, Pedro, miedo por ti».


—Sea lo que sea —dijo él, obligándola a mirarlo—, pretendo llegar hasta el fondo de asunto. Dime todo lo que sepas del hombre que te dijo eso. Tal vez encontremos alguna pista.


Paula describió al hombre y su encuentro con él lo mejor que pudo, pero sabía que no era mucho.


—¿Qué vas a hacer? Tener cuidado no es suficiente.


Puesto que se habían molestado en seguir a Paula y darle el aviso, Pedro no creyó que se tratara de una amenaza en vano.


—Aparte de tu amigo, ¿Quién sabía lo de tu salida de esta noche?


—Nadie. Fue una decisión de última hora. Al llegar a casa me encontré con Leonardo. Me dijo que tenía entradas, mis hermanas estaban ocupadas, y decidí salir con él —sus ojos se abrieron como platos—. ¡Mis hermanas! ¿Crees que ellas puedan estar en peligro también? —además, sólo había un modo de que ese hombre supiera dónde encontrarla—. ¡Me siguió! ¡Me siguió desde casa!


—Es lo más probable —lo que Pedro quiso hacer en ese momento fue llevarse a Paula y a sus hermanas de allí, a algún sitio seguro hasta que solucionasen ese asunto—. Te dieron el mensaje para mí, pero el amenazado soy yo. Si me aparto de los muelles, o finjo hacerlo, no creo que se molesten con tus hermanas, pero no me arriesgaré, y tú tampoco debes hacerlo. Vamos a tu casa. Si tus hermanas están allí, hablaré con ellas, y si no, las esperaré.


—Sí. Vamos rápido —apremió ella.


Cuando llegaron, la casa estaba a oscuras.


—Iré a mirar en las habitaciones —dijo Paula—, pero seguro que no están.


—Iré yo primero.


Pero Paula se agarró a su abrigo, reconfortada al sentir su calor, y dijo:


—Iremos juntos.


En el piso no había nadie.


—Voy a preparar un café —dijo ella, y antes de que él pudiera detenerla, se quitó el abrigo y lo tiró descuidadamente sobre la cama.


El vestido lo había dejado cegado la primera vez que la había visto con él. Al verla en los brazos de Leonardo con ese vestido, los celos y el deseo lo golpearon con igual fuerza. Ahora lo único que Pedro quería hacer era mirarla, y después quitarle el vestido para disfrutar de la perfección de su cuerpo sin adornos. Por eso la agarró de un brazo antes de que se marchara de su alcance y la atrajo hacia sí, sujetándole el cuello con una mano.


—Dime que el vestido te lo ha prestado una de tus hermanas y que nunca te voy a volver a ver con él.


—¿No te gusta? —ella intentó apartarse de él, como si su opinión realmente le importara.


—Me gusta. Me gusta tanto que quiero acariciarlo de arriba abajo y sentir cómo se ajusta a tu cuerpo. —Los problemas parecen estar generados en la oficina de Eduardo.


—Pero, entonces... —eso significaría que o ella o Eduardo estaban defraudando a la empresa. Estaba claro que Eduardo no iba a sabotear su propio negocio, así que quedaba ella, y entonces comprendió lo que había pasado la noche del crucigrama—. Pensaste que yo...


—No —su negativa fue rotunda en el interior del coche—. No. Necesitaba una explicación para algo que parecía extraño. Me la diste y fin de la historia.


—¿Entonces qué está ocurriendo? ¿Por qué pasa esto? «Tengo miedo, Pedro, miedo por ti».


—Sea lo que sea —dijo él, obligándola a mirarlo—, pretendo llegar hasta el fondo de asunto. Dime todo lo que sepas del hombre que te dijo eso. Tal vez encontremos alguna pista.


Paula describió al hombre y su encuentro con él lo mejor que pudo, pero sabía que no era mucho.


—¿Qué vas a hacer? Tener cuidado no es suficiente.


Puesto que se habían molestado en seguir a Paula y darle el aviso, Pedro no creyó que se tratara de una amenaza en vano.


—Aparte de tu amigo, ¿Quién sabía lo de tu salida de esta noche?


—Nadie. Fue una decisión de última hora. Al llegar a casa me encontré con Leonardo. Me dijo que tenía entradas, mis hermanas estaban ocupadas, y decidí salir con él —sus ojos se abrieron como platos—. ¡Mis hermanas! ¿Crees que ellas puedan estar en peligro también? —además, sólo había un modo de que ese hombre supiera dónde encontrarla—. ¡Me siguió! ¡Me siguió desde casa!


—Es lo más probable —lo que Pedro quiso hacer en ese momento fue llevarse a Paula y a sus hermanas de allí, a algún sitio seguro hasta que solucionasen ese asunto—. Te dieron el mensaje para mí, pero el amenazado soy yo. Si me aparto de los muelles, o finjo hacerlo, no creo que se molesten con tus hermanas, pero no me arriesgaré, y tú tampoco debes hacerlo. Vamos a tu casa. Si tus hermanas están allí, hablaré con ellas, y si no, las esperaré.


—Sí. Vamos rápido —apremió ella.


Cuando llegaron, la casa estaba a oscuras.


—Iré a mirar en las habitaciones —dijo Paula—, pero seguro que no están.


—Iré yo primero.


Pero Paula se agarró a su abrigo, reconfortada al sentir su calor, y dijo:


—Iremos juntos.


En el piso no había nadie.


—Voy a preparar un café —dijo ella, y antes de que él pudiera detenerla, se quitó el abrigo y lo tiró descuidadamente sobre la cama.


El vestido lo había dejado cegado la primera vez que la había visto con él. Al verla en los brazos de Leonardo con ese vestido, los celos y el deseo lo golpearon con igual fuerza. Ahora lo único que Pedro quería hacer era mirarla, y después quitarle el vestido para disfrutar de la perfección de su cuerpo sin adornos. Por eso la agarró de un brazo antes de que se marchara de su alcance y la atrajo hacia sí, sujetándole el cuello con una mano.


—Dime que el vestido te lo ha prestado una de tus hermanas y que nunca te voy a volver a ver con él.


—¿No te gusta? —ella intentó apartarse de él, como si su opinión realmente le importara.


—Me gusta. Me gusta tanto que quiero acariciarlo de arriba abajo y sentir cómo se ajusta a tu cuerpo. Me gusta tanto que si sigo viéndote con él dentro de diez segundos, tendré que quitártelo.


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