miércoles, 8 de noviembre de 2023

Irresistible: Capítulo 40

Salieron al estacionamiento.


—Estoy acostumbrada.


Sólo quedaban allí sus dos coches. Se detuvieron a medio camino entre los dos y él pensó que ella se refería a que estaba acostumbrada a tener aventuras. Sólo el pensarlo le provocó un irracional ataque de celos, hasta que se dio cuenta de que se había equivocado.


—Quieres decir que estás acostumbrada a la responsabilidad enla empresa.


—Sí —Paula frunció el ceño—. A qué otra cosa me iba a referir.


—¿Cuánto trabajo te daba mi abuelo? —su boca hacía una pregunta, pero su mente imaginaba otras.


—No es que él no quisiese trabajar —respondió ella, con cariño—. Eduardo siempre estaba trabajando, pero a veces el trabajo no era de la empresa, y cuando él se dejaba absorber, yo me ocupaba de la mayor parte de las cosas hasta que él bajaba a la tierra de nuevo.


—Como lo del crucigrama —al mencionarlo recordó la agradable velada que había pasado en su casa, con sus hermanas, el beso antes de eso, y la sensación de terrible necesidad que vino después.


—Esperábamos tener el crucigrama terminado para el fin de semana siguiente —un trueno resonó por encima de sus cabezas, y ella casi consiguió disimular el susto—. Sofi y Bella me han ayudado mucho y, cuando esté terminado, le diremos a Eduardo que podemos mandarlo al concurso.


Otro trueno, y esta vez las farolas parpadearon. El instinto protector de Pedro se disparó; tal vez no pudiera disfrutar de su cuerpo como deseaba, pero sí podía mantenerla a salvo.


—La tormenta empeora. Deja que te lleve a casa.


—Iré con Gertie, gracias —dijo ella, mirando su coche.


—Entonces te llevaré con Gertie y luego tomaré un taxi a la casita —insistió, frustrado por no poder acceder a ella de ningún modo.


—No me pasará nada.


—Pau, con este tiempo... —otro trueno rugió aún con más fuerza, y la lluvia empezó a caer a mares—. ¿Ves? No puedes salir así.


—Claro que sí —su voz temblaba levemente, pero mantenía la barbilla alta—. La gente conduce con mal tiempo, así que yo también puedo hacerlo.


—Pau —su limitada experiencia como conductora no parecía echarle atrás—, nadie debe conducir con este tiempo.


Las luces del aparcamiento se fueron, al igual que las del edificio. Esta vez, Paula no pudo evitar el gesto de miedo, y se acercó instintivamente a él, pero en seguida se alejó.


—Me voy antes de que se ponga peor. Te veré mañana... Pero... —la oscuridad era total—, ¿Me acompañas al coche? No veo muy bien por la noche.


—Yo tampoco —pero él podía oír, oler, sentir su presencia.


Sentía que podría encontrarla en medio de una ventisca si era necesario. Tomó aliento y fue hacia ella. La deseaba tanto que lo último que necesitaba era pasar la noche junto a ella. No sabía si podría superar el reto. ¿Cuánto tiempo duraría el apagón?


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