miércoles, 15 de noviembre de 2023

Irresistible: Capítulo 55

Si habían logrado controlarse había sido porque se habían enterrado en el trabajo, pero si hubieran mostrado sus verdaderos sentimientos, ¿Habría actuado Pedro guiado por la atracción que compartían? ¿O habría acabado rechazándola como la última vez? Ella no quería arriesgarse a volver a sufrir algo así. Ambos estuvieron charlando con la gente por las mesas un rato, hasta que sirvieron el postre y ambos acudieron a tomarlo a la mesa. Paula sólo pudo tomar una cucharada, pues le recordó a la dulzura de la boca de Pedro, y sintió tal calor por todo el cuerpo, que no quiso tomar más. Después, él la tomó de la mano.


—Ha empezado la música —dijo, llevándola hacia la pista de baile—. La tradición es que el jefe abra el baile.


—Sí, pero Eduardo bailaba con su esposa, no con su asistente personal.


—Yo no tengo esposa —dijo, llevándola hasta el centro.


Cuando ella estuvo entre sus brazos y lo miró a los ojos, supo que él soportaba su mismo tormento. Paula deseó estar en sus brazos para siempre, pero alguien se acercó para cambiar parejas. Rato después, volvieron a encontrarse, justo en el momento en que sonaba una balada romántica. Paula tomó aliento. Quería rodearlo con los brazos, pero no quería mostrar lo mucho que lo deseaba.


—No creo que sea buena idea.


—Probablemente no, pero será sólo un baile. Por favor.


Ella no se resistió y empezaron a moverse al compás de la música.


—¿Cómo podemos bailar tan bien juntos cuando nunca antes lo habíamos hecho?


—No lo sé —él le apretó la mano y dijo—. Porque hacemos buena pareja.


—Sí —dijo ella, sin querer ir más allá, pues no se fiaba de sí misma.


Pedro la atrajo más hacia sí, y cuando ella fue a protestar, él la tranquilizó:


—Estamos seguros. Estamos rodeados de gente, no puede pasar nada.


—Esto es sólo una recompensa por habernos portado bien toda la semana —apuntó ella—. Sólo eso.


Él no replicó.


—Pau, cariño, recuérdame de vez en cuando que estamos rodeados de gente, porque se me puede olvidar.


Pero su aliento le acarició a ella el lóbulo de la oreja, y le produjo tal reacción, que no pudo más que decir:


—Yo no veo a nadie más, sólo te veo a tí.


—Pau, cielo —su boca estaba a punto de encontrarse con la de ella cuando se dió cuenta de que la música ya no sonaba. Había acabado hacía un rato y empezaban a atraer la atracción del resto de la gente. 


Pedro se apartó con rapidez y ella lo imitó.


—Ah... Creo que voy a hablar con algunas personas —dijo ella, precipitadamente—. Tú ve por ahí.


—No quiero alejarme de tí, Pau, y estoy seguro de que tú tampoco quieres, así que tal vez deberíamos hablar y enfrentarnos a este asunto en lugar de seguir evitándolo.


Ella intentó sonreír, pero no pudo. Las posibilidades de que él la rechazara seguían allí, y no sabía si podía enfrentarse al dolor. «Te deseo, Pedro, pero tengo miedo de ceder y acabar sufriendo».

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